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Llueve, truene o relampaguee, los fruteros del km 26 no cierran

La diversidad de las frutas y sus colores resaltan a la vista de los conductores de esta vía de la provincia.
La diversidad de las frutas y sus colores resaltan a la vista de los conductores de esta vía de la provincia.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
14 de enero de 2017 - 00:00 - Redacción País Adentro

Decir estaré allí, llueva, truene o relampaguee es la definición exacta para las actividades que desarrollan casi una docena de vendedores en el kilómetro 26 de la vía Durán-Tambo. Los negocios, en su mayoría, expenden frutas de temporada y de ciclos cortos.

Todos los establecimientos, que abren sus puertas los 365 días del año, inician su jornada desde las 07:00 hasta las 21:00.

A pesar de ser un sitio agrícola,  la temperatura del sector, que pertenece al cantón Durán, sobrepasa los 39 grados centígrados y las personas que se trasladan caminando por allí lo hacen con sombrero, gorra o incluso trapos para protegerse del sol.  

Las frutas que cuestan menos son las de temporada, comenta el lojano Medardo Ordóñez, quien lleva 4 años pagando un alquiler de $ 75 por el lugar que le sirve de vivienda y para su negocio.

“Ahora, en época invernal, las 12 unidades de mango de chupar se ofrecen por $ 1, pero si se trata del más ‘carnudo’ -el rojo- de 4 a 5 mangos, según el tamaño por el mismo valor”, dice  mientras arregla unos racimos de guineo orito.

Ordóñez refiere que los conductores de los camiones llevan sandías, que las vende desde $ 1 hasta $ 5, en especial si van para la Sierra.

Unos metros más distante, contando y con ‘ojo clínico’ revisando los mangos rojos que le han llegado, está Carlos Zambrano, comerciante que se hizo cargo del negocio que emprendió su suegro hace 15 años.

“Descansar un feriado es un lujo que con mi esposa y mis tres hijos no podemos darnos. Esos días son los que más ganancia pueden generar”, confirmó el hombre.

Parado sobre el balde de una camioneta de color  blanco de los años 80, con botas y una gorra negra, el agricultor Pablo Alcívar confirmaba la próxima entrega, de manera exclusiva a Zambrano quien  coloca las frutas bajo la sombra.

Un vivero se abre espacio en medio de los locales que  ofertan  frutas. Reclama un espacio y la vistosidad de los colores de las plantas hace resaltar la vivienda en la que viven y trabajan 6 personas de la misma familia. A ellos los representa  Luis Loor.

La casa de ladrillos y techo se zinc acoge -además- a tres perros que son los guardianes de la vivienda. Dice Loor  que en el día pasan dormidos bajo la sombra de las plantas frutales y decorativas que se expenden, pero que en las noches todo cambia.

“Nosotros buscamos una alternativa a los negocios del sector, mi papá falleció y con mi mamá empezamos a vender al por mayor y menudeo”, manifestó Loor. También dijo  que a diferencia de otros, para ellos sí es viable dejar de atender durante unos días.

Junto al vivero está un negocio de comida que por la tarde deja de atender. Junto a ese local está la venta de miel de abeja manabita, traída del cantón Jipijapa.

El néctar sin rebajar y embotellado se vende en $ 5 y $ 10. Los propietarios, que han dejado sus años de juventud, le encargaron el negocio de más de una década a su yerno, Eduardo Barberán, quien alterna su trabajo de guardia de seguridad con la atención del sitio junto a su esposa.

“Siempre se escucha que comer fruta es sano y no es tan caro como se piensa, pero no lo hacemos y buscamos lo más fácil. A fin de cuentas, siempre es nuestra decisión”, reflexiona Barberán tras ver que en el puesto contiguo unos clientes prefieren gaseosas y otros consumen cocos helados.

Al final, lo bueno de tener una gran diversidad agrícola y personas dedicadas a vender frutas es la seguridad de que se las puede encontrar siempre, sea invierno o verano. Y lo mejor de todo es que están a solo 26 km de la ciudad. (I)

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