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La Jerusalén, incrustada en el barrio Cuba, carece de todo servicio

Un largo callejón que conduce a la ría está habitado desde hace más de 40 años.
Un largo callejón que conduce a la ría está habitado desde hace más de 40 años.
Foto: Alfredo Piedrahíta / El Telégrafo
08 de octubre de 2016 - 00:00 - Johnny Alvarado

El ruido que hace el esmeril afilando un cuchillo interrumpe la tranquilidad del populoso barrio Cuba. Se trata de Marcos Francisco Santos de 57 años, quien desde hace 10 se dedica a esa actividad.

Su taller está en la esquina de Limber y Robles, en el mismísimo corazón de la barriada. Aunque él no lo reconoce, es un líder oculto entre las más de 25 familias que ahí habitan. Siempre está pendiente de las necesidades de sus vecinos y a él le deben el agua potable que tienen en sus casas.

Un día al ver la carencia del líquido decidió hacer un pozo de 2 metros de profundidad y conectarlo a la tubería madre. Así, con una manguera, abastece de agua a sus vecinos.

Santos cuenta que vive en este caserío desde hace 40 años y que el lugar siempre fue conocido como La Cuba, aunque hace 2 años un pastor evangélico, que ahí habita, lo bautizó como Jerusalén.

Los habitantes de este sitio coinciden en que el lugar hasta hace 10 años era un sector que ofrecía trabajo a sus habitantes.

Ahí se asentaban empacadoras de camarón y la arenera. Un alto porcentaje de sus habitantes laboraban como obreros o guardias de seguridad. Cuando llegó la Universidad Politécnica Salesiana, dice Malbel Beltrán de 36 años, las empresas se mudaron y nos dejaron sin trabajo.

“Los salesianos han comprado una gran parte del sector. Ahora nuestras casas están junto a las paredes que  pertenecen a la universidad”. Pero el desplazamiento laboral no los amilana, las actividades a las que se dedican ahora son variadas, reconoce Rosa Lindao, de 77 años.

Ella es la habitante más longeva de la barriada y quien ha padecido todas las necesidades del sector.

“Yo llegué al barrio a los 7 años. Cuando las calles de la Cuba eran llenas de polvo. Los habitantes de este sector siempre hemos sido pobres. Allá, pasando la calle Domingo Comín, están los aniñados del Centenario”.

Hasta ahora, Lindao ha visto pasar a 3 generaciones y el estilo de vida no cambia. Dice que antes había más trabajo, pero ahora nos inventamos formas para sobrevivir.

Algunos se emplean como recicladores, otros cuidan carros o simplemente se dedican a la pesca o a buscar chatarra en el río”.

Las necesidades siempre están ahí. No solo carecen de agua potable sino también de alcantarillado sanitario. “Las descargas de aguas servidas van directo al río”, reconoce José Tomalá, de 37 años, y quien se dedica a la pesca y a hacer fletes en su canoa a motor.

La vida dentro del barrio es muy apacible. Los niños juegan por el estrecho callejón y sus madres conversan sobre los últimos capítulos de las telenovelas de moda.

Rosa Lindao, cuenta que las personas que ahí habitan son humildes pero que no son delincuentes ni gente de mal vivir. “Aquí lo que hay es gente trabajadora, gente que se gana la vida haciendo oficios”.

La opinión la comparte Tomalá. Él sale a trabajar todos los días a las 06:00 y retorna cerca de las 18:00.

“Yo trabajo en mi canoa. Si hay pesca aprovecho y si no hago fletes a Puerto Roma que está a 40 minutos de la ciudad por $ 100 o $ 120”.

En la calle el ruido del esmeril no se detiene. Los trabajadores del camal han llegado a afilar sus cuchillos y machetes. (I)

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