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El Telégrafo
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El índor callejero se apodera de las vías del sur

Las calles se han convertido en espacios de recreación, especialmente en los barrios populares.
Las calles se han convertido en espacios de recreación, especialmente en los barrios populares.
Foto: Miguel Castro / El Telégrafo
15 de septiembre de 2016 - 00:00 - Gabriela Samaniego. Estudiante de la UIDE

Aquí la cancha no es verde. El asfalto reemplaza al césped y los balcones se convierten en improvisados palcos. Son los peloteros de Guayaquil, amigos o vecinos capaces de transformar en escenario deportivo cualquier calle de barrio.

Esta escena se repite, en especial, en el centro y sur, los fines de semana, y se ha convertido en una estampa de la ciudad, aunque su ‘público’ no siempre la disfrute.

También hay peatones y conductores que han debido esquivar la pelota cuando entran a la ‘cancha’. Algunos grupos se ponen  de acuerdo para ‘cantar’ las faltas entre todos. Así sucede en la Décima y Sedalana, donde Luis Campoverde y sus amigos, de entre 17 y 22 años, juegan índor los martes, jueves y fines de semana, desde las 16:30. En otro sector de la urbe, en cambio, el vecindario se organiza para realizar un campeonato relámpago con equipos de diversos sectores como invitados. Así ocurre entre  los habitantes del suburbio, en la intersección de la 38 y Oriente.

En este sitio la música brota de los parlantes y con los gritos de aliento se mezclan con los pitazos de Carlos Quimí, vecino en quien  recayó la responsabilidad de marcar los saques laterales, las faltas, y decretar los goles, en un torneo para hombres y mujeres ideado por las fiestas de julio. Pero al parecer aquí, cada semana, es una fiesta.

En el Barrio de la Octava y 4 de Noviembre, las tardes de los sábados y domingos se llenan de algarabía y festejo entre los vecinos y amigos del lugar.

“Aquí nos conocemos todos, todos somos amigos”, manifiesta Ramiro Córdova, de 70 años, quien viste ropa deportiva y se dispone a jugar un partido.

Uno de los principales motivos que los mantiene unidos es el respeto mutuo. “Eso es lo que nos ha mantenido juntos, somos como una familia. Estamos en las buenas y en las malas”, corrobora Néstor Cedeño, de 63 años, de los cuales 30  lleva viviendo en este sector.

Equipos a la criolla

Aquí no hay físicos exuberantes ni uniformes vistosos. La pelota es la misma de siempre, de trapo o de caucho, y los zapatos tienen que ser de lona porque permiten un mejor agarre al asfalto y un mejor control de la pelota chica. La edad tampoco es un impedimento cuando se tiene el físico y la habilidad. La cancha es media cuadra y a los arcos se los ubica antes de cada intersección, aunque muchas veces no existen y solo bastan dos piedras.

El público se ubica en las veredas para observar a esos equipos de 6 integrantes mientras esperan su turno también para jugar con el cuadro que resulte ganador. Las reglas varían de una calle a otra. Unos juegan con árbitro y con tarjetas. Hay quienes tienen un límite de 15 minutos por partido, otros juegan al primero que meta dos goles. “Este último sistema es mucho más agotador”, reconoce Luis Orrala.

“Si los 2 equipos son buenos un partido puede durar una hora”.

 El indorfútbol (conocido también como índor o peloteo) de a poco se ha ido alejando de las calles del centro de Guayaquil (se marchó al sur) porque las ordenanzas municipales prohíben cerrar las vías.

Pero aún hay sectores donde le hacen una finta a la norma y mojan la calle con sudores mientras se juegan copas imaginarias, con el ‘ñeque’ propio de una final.

Esta tradición no se va de Guayaquil. Las nuevas generaciones la mantienen, es su deporte y aunque algunas prefieren jugar en canchas, lo original es hacerlo en la calle. Sin reglas complicadas, sin tarjetas y sin uniformes.

Pero cuando no se quiere interrumpir el tránsito, los jugadores callejeros tienen la habilidad de sortear los carros, aun cuando el peligro es latente.  

Así lo reconoce Rommel Ortega, de 23 años, quien juega los fines de semana en García Goyena y la 33.

“Las reglas no impiden seguir jugando cuando un carro está dentro de la cancha. Eso también es parte del juego y no molesta”.

El panorama en el sur se repite casi en todos los barrios. La pelota corre por toda la calle, los corazones laten fuerte. Se toca, se gambetea; no hay espacio para el cansancio.

La tarde empieza a declinar pero estos jugadores no se cansan y siguen gritando todos los goles de Guayaquil.

El sol agoniza y la pelota sigue rodando. Ese balón siempre será propiedad exclusiva del barrio, de esos jugadores. Al fin y al cabo, ellos inventan sus reglas. (I)

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