Corría el 2004 cuando Nelson Ochoa, en esa época de 19 años, laboraba en la hacienda Guavital de Balzar y fue invitado a un rodeo en Paján (Manabí). Sobre el lomo de un caballo, Ochoa esperaba lucirse una vez más. Abrieron la puerta y el animal salió en violento trote. Lo que ocurrió después lo marcaría de por vida: cayó sobre la arena y recibió una coz que lo dejó ciego.

Doce años después, Ochoa se niega a abandonar las plazas de rodeo. Este ‘balzareño come chucula’ —como se autoidentifica en referencia al popular batido de maduro, canela y leche— es un cazador de eventos montuvios. Acude para ganarse unos dólares declamando amorfinos, pero sobre todo para ‘oler’ el ambiente.

“Ser montuvio no es fácil, menos cuando no se puede ver”, dice, sin aflojar la sonrisa.

Este hombre habla en rima, como cantándole a la vida, a lo que ya no puede ser. “Cuando se sube uno a un ejemplar, uno suda, tiembla”, explica Ochoa rememorando esos años en los que cabalgó y que ahora ve en su mente, aunque no por sus ojos.

Se toma un momento para ir en un vis a vis de amorfinos con Felipe Echever —un finquero de la zona—. La batalla termina, Ochoa vence y recibe como trofeos una tapa de puro, unos $ 3 entre varias colaboraciones y, sobre todo, el aplauso de la gente. Se aleja guiado por la mano de uno de sus pequeños hermanos, recitando amorfinos, preguntando cuándo se realizará otro rodeo para venir a declamar… Se va oliendo y escuchando lo que más le gusta en esta vida. (I)