‘Ciudad perdida’ despunta en lo urbano y lo social
De ‘ciudad perdida’ solo el nombre quedó. A pocos pasos del final de la Rosendo Avilés, a la altura de la calle 49 un callejón de poco más de 3 metros de ancho es el camino para ingresar a este sitio del suburbio de Guayaquil.
Los puentes de madera y caña guadúa se van transformando en recuerdos para los habitantes de más de una docena de casas que se balancean con la marea del agua del Estero Salado.
En este lugar, las casas están pintadas y las fachadas han sido mejoradas. Todo para estar a la par con los trabajos que realiza el Municipio de Guayaquil a través de la fundación Siglo XXI.
La realidad de los habitantes de esta zona es otra. Sus viviendas tienen pisos de tierras y cuartos divididos con telas. Ahí el hacinamiento es normal.
Entre las familias que conforman este sitio, está la de Rosendo Bohórquez quien a sus 63 años recuerda con claridad los caminos y los puentes que resistían el agua y el lodo.
Bohórquez no es guayaquileño, nació en Puerto La Cruz cerca de la isla Puná. Desde este lugar partió para buscar nuevas oportunidades laborales, pero terminó siendo parte de este cinturón de miseria.
Al llegar a la urbe continuó con sus actividades de pescador. Alquiló una lancha de fibra de vidrio para recorrer el Estero Salado.
“Ahora estoy enfermo y no puedo ir a pescar, pero mis hijos me ayudan. Me regalan uno o 2 atados de cangrejos a la semana y los vendo a los vecinos”, dice.
El piso de madera de la vivienda termina donde se inicia el relleno. Ahí, sobre un colchón, transcurren los días de Bohórquez mientras cuenta que son más de 6 las familias que habitan en este sitio.
Juana Bohórquez tiene por ahora la obligación de hacer el trabajo de su padre, pero habitualmente ella cocina los crustáceos y saca toda la carne para venderla en tarrinas a $ 5 y así aliviar en algo la economía familiar.
Diferentes historias
A pocos metros, las cosas no son distintas para María Claudina Placencio, quien alterna sus actividades hogareñas con el cuidado de su abuela de 96 años.
“Vivir en este sitio siempre fue complicado, pero antes era peor. Ahora tenemos una mejor infraestructura y esperamos algún día salir de la pobreza”.
Frente a la casa de la mujer unos pequeños juegan. Corren tras una pelota de trapo y esquivan unos cordeles de ropa.
María aprovecha el calor de la temporada invernal y prepara hielo y gelatina para vender a los niños. A veces elabora también dulces de 3 leches. Con esa ganancia ayuda al presupuesto de su casa.
“Tenemos un gran problema en el sector. La delincuencia mantiene en zozobra a los vecinos. Ellos utilizan el estrecho callejón para esconderse. Si alguien los ve, se lanzan al estero”.
Reconoce que la Unidad de Policía Comunitaria UPC en la zona es un alivio y que gracias a la presencia de los uniformados se ha controlado en algo la delincuencia y el consumo de drogas.
La fundación Nuevos Rumbos de Trabajadores Artesanales (Nurtac) realiza labor social en ‘ciudad perdida’ desde 2012. Existen convenios con el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), comentó Reina Mora, coordinadora del proyecto de discapacidad en Nurtac.
“La labor prioritaria es erradicar el trabajo infantil de los conocidos ‘niños cangrejos’ o ‘niños recicladores. Ellos también mendigaban en el centro de la ciudad”, dijo Mora, quien agregó que los menores están por concluir la secundaria.
En este sector se ha encontrado a menores sin identificación reveló la funcionaria. Para una mejor atención se instaló un CIBV para 40 menores.
Con mucha esperanza los habitantes de este sector de la ciudad buscan surgir tras una historia llena de pobreza. (I)
