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Migrantes de nosotros mismos

Migrantes de nosotros mismos
02 de junio de 2016 - 00:00 - Freddy Ehlers Zurita

Todos somos migrantes. Esto puede sonar a una simple invocación o eslogan que se utiliza comúnmente en el marketing político y social. Es, sin embargo, algo mucho más personal, más interno, más profundo. Todos somos migrantes porque hemos migrado de nosotros mismos, no sabemos quiénes realmente somos, de dónde venimos, cuál es nuestra condición humana.

Vivimos en un mundo de las apariencias, de ‘maya’, como se entiende en la India; es decir, en un mundo de la ilusión. Nuestros códigos culturales nos han creado una identidad superficial, consumista, arribista, creada artificialmente. Aparentemente somos lo que nuestros padres, la sociedad, la escuela, la religión y las creencias populares han determinado. Pero no somos eso. Esa no es nuestra verdadera esencia, misma que se encuentra escondida y confundida en un revoltijo de nociones contradictorias. A eso llamamos identidad. Pero no es lo que somos, es lo que nos han hecho creer que somos.

Hace más de 2.000 años, en la Grecia antigua, una fase grabada en la mismísima puerta del oráculo de Delfos resumía el mayor problema de la condición humana: ‘Conócete a ti mismo’. Esta debería ser la tarea de toda la vida. Es el mismo ‘Quién soy yo’ de la sabiduría oriental. Es decir, quién soy yo más allá de mi construcción social. Si me quitan el nombre, la nacionalidad, las costumbres, ¿quién soy yo en realidad? Por eso podemos advertir que todos hemos migrado de nuestro ser profundo, de lo que podría entenderse como ‘consciencia’.

Como dice el gran pensador Edgar Morin, estamos en los albores de una nueva civilización, una en la que los verdaderos valores de la humanidad comienzan a florecer. Para contribuir a este cambio es necesario descubrir quiénes realmente somos. Seres que trascienden el miedo, la ansiedad, la codicia, la ira o la depresión para ir descubriendo nuestra naturaleza esencial, basada en la paz interior, en la práctica de valores, como la humildad o la compasión, en la verdadera alegría de vivir basada en el servicio a los demás y en la solidaridad con los otros seres vivos, así como en la armonía y el cuidado a la naturaleza.

Solo entonces dejaremos de ser migrantes y podremos integrarnos a nuestro verdadero ‘Ser’, aquel que abandonamos inconscientemente cuando dejamos de ser niños y pasamos a habitar en un mundo hostil lleno de prejuicios. El regreso a casa no tiene sentido si no entendemos quiénes realmente somos. Es una tarea impostergable para encontramos con nosotros mismos. (O)

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