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Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?

Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?
03 de abril de 2017 - 00:00 - Freddy Ehlers Zurita

Un día, hace muchos, muchos años, en la China antigua había una aldea muy pobre donde vivía un anciano campesino con su único hijo. Sin explicación, llegó hasta su pequeño patio un caballo flaco y mal alimentado. Padre e hijo cuidaron cariñosamente de él y a los dos meses el animal estaba fuerte y sano. Los vecinos le visitaron y comentaron la buena suerte del anciano, pues ahora tendría una gran ayuda para su trabajo en el campo. Él respondió: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”. Los vecinos, sorprendidos por la respuesta, se retiraron.

Una semana después el caballo saltó la cerca y regresó a la montaña; los vecinos llegaron para lamentar tan valiosa pérdida. El campesino volvió a contestar: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”. Aún más desconcertados regresaron a sus casas.

Transcurrió una semana y, ante el asombro de todo el vecindario, regresó el caballo con seis compañeros más y entraron al patio del campesino. “No puede ser la suerte que tienes -le dijeron los aldeanos al anciano-; ayer no tenías nada y eras el más pobre de toda la aldea, y ahora eres el más rico, con 6 caballos solo para ti”. Y todos al unísono clamaron: “¡Qué tal suerte tienes!”. Él, con su calma acostumbrada, nuevamente afirmó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”.

El hijo comenzó a amansar a los caballos salvajes y sufrió un grave accidente que le produjo la fractura de una pierna. Los vecinos no podían entender la mala suerte y él, como ya era costumbre, dijo: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”.

Pasó otra semana y llegó el ejército chino a reclutar a todos los jóvenes del pueblo, menos al hijo del anciano, para combatir en una guerra terrible. Los vecinos dijeron: “¡Qué suerte tienes!, nosotros posiblemente nunca volveremos a ver a nuestros hijos, solo el tuyo se salvó por estar gravemente herido”, y él respondió: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”.

Este cuento milenario de China, considerado por muchos como el de mayor sabiduría, nos enseña que la vida no debe ser juzgada en cada incidente que tenemos. Todo tiene su razón y significado. La paciencia es un elemento fundamental para ir construyendo una buena vida. La resiliencia trata de eso, de cómo enfrentar las adversidades. Todos los días nos traen lecciones si tenemos la prudencia de observar sin juzgar y, como siempre, siempre podemos salir fortalecidos de cualquier situación aparentemente negativa. Si obramos con bondad y con amor, más allá de las circunstancias, sean estas consideradas buenas o malas, entenderemos que cada instante, cada momento, se convierte en una nueva oportunidad para experimentar, día a día, la simple, sencilla y maravillosa aventura de vivir. (O)

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