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El Telégrafo
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El cuarteto se presentó en el parque Bicentenario

Metallica superó las expectativas de quienes vieron al grupo en 2014

El proscenio que se instaló en el escenario estuvo compuesto por dos rampas que se extendían hacia las pantallas gigantes apostadas a los costados. La iluminación incluyó efectos láser y hubo pirotecnia.
El proscenio que se instaló en el escenario estuvo compuesto por dos rampas que se extendían hacia las pantallas gigantes apostadas a los costados. La iluminación incluyó efectos láser y hubo pirotecnia.
Foto: Marco Salgado/El Telégrafo
31 de octubre de 2016 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

Durante su segunda presentación en Ecuador, la noche del sábado pasado, Metallica tuvo un propósito notable: que este show sea mejor que el de su debut de 2014. El trío de pantallas led proyectaron filtros específicos para cada canción (como las coloraciones vintage en ‘Seek and Destroy’ y ‘Whiskey In The Jar’), hubo disparos láser (en ‘One’ y ‘Nothing else mathers’), pistas (como la que da inicio a ‘Battery’) y pirotecnia (como colofón de ‘Enter Sandman’).

La presentación de los cuencanos Basca, que duró media hora, se inició a las 20:00. Faltaban 15 minutos para las 22:00 cuando la gaita del tema ‘It’s a Long Way to the Top (If You Wanna Rock ‘n’ Roll)’, de AC/DC, irrumpió en los amplificadores luego de que un set de new metal los saturara. ‘The Ecstasy of gold’, de Ennio Morricone, fue el fondo de un fragmento del filme The Good, the Bad and the Ugly (Sergio Leone, 1966) en que una persecución termina en masacre sobre un cementerio repleto de cruces, como las de la portada del disco Master of Puppets.

Acto seguido, ‘Creeping Death’ hizo que el cuarteto apareciera sobre el escenario antes de ‘For Whom the Bell Tolls’. En ese momento, el frontman James Hetfield (1963) tomó una guitarra Gibson Flying V para sacar las primeras notas de ‘King Nothing’, una pieza que la banda ha recuperado del no tan célebre disco Load (1996) para esta gira.

James saludó a los casi 20 mil aficionados que fueron a verlo —y a quienes llamó la “familia Metallica”— diciendo que le encanta interpretar ‘Harvester of Sorrow’, del disco ...And Justice for All (1988). Entonces, cantó frente al micrófono apostado en la rampa que estaba al sur del escenario, frente a una de las pantallas gigantes y donde la amplificación se saturaba a diferencia de la parte central.

La afición de Metallica está compuesta por varias generaciones. Muchas familias hicieron largas filas para ir a su concierto la noche del último sábado. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo

A un interludio en forma de solo, ejecutado por Kirk Hammet (1962), le sobrevino ‘Wherever I May Roam’, una de las canciones más coreadas de la noche. El guitarrista —dandy del grupo que suele ponerse camisas y chalecos como un maestro de ceremonias de cabellos rizados que admira a Jimi Hendrix— paseó sus uñas pintadas de negro sobre instrumentos que llevan estampadas imágenes tenebrosas y caricaturescas a la vez: el White Zombie de Bela Lugosi, payasos y hasta la ouija.

Pero el humor es algo que Hetfield exhala con mayor facilidad, incluso para musicalizar el griterío de los asistentes, a quienes suelta lisonjas cada tanto, incluso al presentar la veloz y nueva ‘Moth Into Flame’, de Hardwired... to Self-Destruct, el disco que verá la luz en noviembre. Por cierto, esta pieza y ‘Hardwired’ fueron las que mejor interpretó la banda, eso se notó en la forma en cómo se acoplaron.

A ‘The Memory Remains’ le siguió un griterío del cantante que introdujo una sorpresa en la lista de temas que el cuarteto viene interpretando este año: ‘The Four Horsemen’ del Kill ‘Em All (1983) complació a la afición con más años, a quienes escuchan Metallica desde la década en que nació su leyenda, los ochenta.

Robert Trujillo (1963) —el único integrante de los ‘Cuatro jinetes’ que no tiene canas— se puso una gorra blanca en ‘Sad but True’, luego de la cual tocó un solo de bajo en que brillaron un puñado de notas sencillas pero cortantes. Entonces empezaron a sonar las ráfagas que producen los disparos de ‘One’, a la que le siguieron los 8 minutos y medio de ‘Master of Puppets’, los 5 de ‘Battery’ y el solo más largo de Hammet, con su característico efecto de pedal wah-wah, del que es un cultor confeso y al que considera una “extensión de su personalidad”. Sus acordes terminaron, entre aplausos de admiración —luego de que alargó ciertas notas con una baqueta sobre el mástil— con la guitarra por los suelos, justo frente a la batería de Lars Ulrich (1963).

‘Fade to Black’ (Ride the Lightning, 1984), a la que los fans más antiguos de Metallica se resisten en llamar balada, marcó uno de los momentos más emotivos del show, pero no dio paso a concesiones, ya que le siguió la potente ‘Seek and Destroy’, antes de la cual, Ulrich se percató de que un dron sobrevolaba el parque Bicentenario, señalándolo y advirtiéndole sobre el suceso al cantante.

El espectáculo continuó, luego del bis, con la rapidísima ‘Hardwire’, que no dio tiempo a respiros; ‘Whisky in the Jar’, que Metallica retomó luego de que la leyenda irlandesa fuera adaptada por Thin Lizzy; y ‘Nothing Else Matters’ fundida con ‘Enter Sandman’.

A la familia Castro —Julia, la madre treintañera y Juan, el hijo de 14— le dio la impresión de que el plan del cuarteto, que (otrora) patentó el thrash metal a escala mundial, se había cumplido. Ella gritaba que el sonido fue mejor que en 2014, él, que las pantallas urdieron el ‘mejor concierto de su vida’. Ambos atraparon uno de los globos negros que revoloteaban sobre las cabezas de los asistentes y coincidieron en que la magia, esa noche, fue metálica. (I)

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