Hace 20 años, ser homosexual en Ecuador era un delito. En el Código Penal había un artículo que sancionaba las relaciones entre personas del mismo sexo. Con ese marco, la Policía organizaba redadas en fiestas o discotecas alternativas; perseguía a transgéneros, los vejaba. Era un ambiente de indefensión absoluta.

Pero un grupo de activistas rompió los tabúes. En una época de tanto rechazo gritaron al mundo que eran gais, lesbianas, transgéneros o bisexuales. Ese fue el primer paso porque el segundo consistió en acudir al entonces Tribunal de Garantías Constitucionales y demandar la inconstitucionalidad del artículo que consagraba, de manera oficial, la discriminación.

Lo lograron y fue la primera de una serie de victorias que vendrían con los años. La Constitución del 98 dio la primera cobertura legal al prohibir la discriminación y la Carta Magna de 2008 profundizó esos conceptos. Con el paso del tiempo, la segregación pasó de ser costumbre a una actitud políticamente incorrecta, sancionada moralmente por la sociedad. Y ese es el éxito más importante de los defensores de los derechos humanos.

Las minorías sexuales ya no son un grupo marginal, el camino para su integración, que no ha concluido, sigue adelante. Aún falta mucho por hacer, pero el panorama ahora luce alentador.

Hay que combatir la discriminación en los trabajos, tanto en los sectores público y privado. Se debe garantizar el acceso a la educación y salud sin limitaciones de ningún tipo. La justicia tiene que perseguir los crímenes de odio, sobre todo porque la comunidad transgénero, la que más ha sufrido, todos los días enfrenta agresiones, desde insultos hasta asesinatos.

Aún hay tarea pendiente, pero esto ya no es un asunto de un pequeño grupo de activistas, sino del Estado y la sociedad en general. Pese a los brotes de odio, ahora son reducidos, sin capacidad de incidir en el avance de derechos. Hoy es un día especial para recordar a quienes dieron el primer paso en una carrera que todavía no termina, pero cuya meta está más cercana. (O)