Un bus eléctrico llegó a Guayaquil con la misión de impulsar esta clase de vehículos. En el puerto principal solo basta con echar una mirada a los carros que transitan por la avenida Delta, al pie de la Universidad Estatal.

Cualquier ciudadano observará cómo los articulados que transitan por allí despiden un humo negro. Es contaminación pura en un momento en que el mundo se preocupa cada vez más por el cambio climático, pero las acciones son modestas, más aún con Donald Trump desconociendo el Acuerdo de París.

Ecuador es un contaminador marginal, pero ha hecho grandes aportes a esta lucha. Al construir hidroeléctricas se dotó de energía limpia, pero aún puede hacer más. La iniciativa de las cocinas de inducción va en esa vía.

¿Pero qué tal si su parque automotor -especialmente el dedicado al transporte público- deja de consumir combustibles fósiles para en vez de ello alimentarse de electricidad generada a partir de la fuerza de sus ríos?

Es un plan ambicioso, pero realizable, porque lo más difícil ya está hecho. Las empresas que ofertan buses y autos eléctricos ya operan en el país. El Estado solo tiene que brindar la infraestructura para que las gasolineras sean reemplazadas por ‘electrolineras’.

Solo se necesita decisión política, sobre todo de los alcaldes que tienen en sus manos la competencia del tránsito. Este es un buen tema para debatir en las próximas elecciones seccionales, pero antes Guayaquil podría convertirse en ejemplo a seguir, en una ciudad de vanguardia.

El cuidado del ambiente suele ser un tema poco tratado en el debate público porque sus réditos políticos son escasos. Pero es una preocupación creciente de los jóvenes y, en las grandes metrópolis, constituye un asunto de salud pública por la afectación al sistema respiratorio. Urbes latinoamericanas, como Santiago de Chile y Ciudad de México, han enfrentado emergencias de este tipo.

Guayaquil y sus autoridades, particularmente, tienen que verse en aquel espejo. Aún están a tiempo de tomar medidas para evitar un futuro gris. (O)