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Ecuador no es el desierto literario que creemos

Ecuador no es el desierto literario que creemos
10 de octubre de 2016 - 00:00 - Editoriales

Hace unas semanas, justo después de la realización de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, apareció un artículo que —de entrada— se preguntaba «¿Qué hace un premio Nobel en una ciudad que no lee?». Ahí, el autor hablaba de la ciudad como un «desierto literario»: por su falta de bibliotecas públicas, por su oferta (en la que resaltan los libros de autoayuda), y cuando se trata ya no de leer, sino de publicar, hay autores que tienen que asumir, por ejemplo, la mitad del gasto de la impresión, y luego irse a su casa con un número determinado de ejemplares que luego tendrá que ver cómo distribuir.

Hay una distancia entre un desierto literario y la realidad de Guayaquil o del país. En los medios se usa todo el tiempo el dato de que según un informe de 2012 los ecuatorianos leen medio libro al año. Es un dato que parece tan absoluto, tan irrevocable, que al final hay cosas que se obvian. Por ejemplo, hablar de autores ecuatorianos —que sí existen: esta semana, el escritor Leonardo Valencia contaba que la maleta no le alcanzaba para llevarse todos los libros de reciente publicación que había conseguido—.

«Aquí se hace el amor», es el significado en maorí de ‘Te Faruru’, el nombre que utilizó Paul Gauguin para un cuadro suyo, y el que tomó Salvador Izquierdo como título para su segunda novela, que es una sinapsis eterna en la que aparecen, desaparecen y vuelven nombres y anécdotas de todo tipo de artistas y autores como Horacio Quiroga, Onetti, Monegal o —por supuesto— Paul Gauguin. Pero juguemos con ese nombre: aquí se hace literatura. Incluso se hace buena literatura. Una primera versión de la novela de Izquierdo —para los amantes de los datos duros— fue finalista en un premio de tanto nombre como el Herralde. Y las letras, como si hicieran el amor, se reproducen.

Hay autores de todos los géneros y edades... Felipe Troya, autor de Ardillas (el premio de Literatura Joven Latinoamericana); Javier Vásconez, cuya última novela, Hoteles del silencio, ha sido publicada en España; Sandra Araya, ganadora de la primera edición de La Linares; Andrea Crespo, flamante ganadora del Aurelio Espinosa Pólit... Y estos son autores que han sonado solo en el último mes. Nuestras páginas, como la maleta de Valencia, no alcanzan (de hecho, estamos en deuda —pero ya vienen— con Raúl Vallejo, María Paulina Briones, María Fernanda Ampuero y Mónica Ojeda).

Una segunda parte del artículo sobre el «desierto literario» decía: lea y converse sobre lo que ha leído. Sí, convertir lo que se lee en tema de conversación es fundamental, pero propuestas como esta tienen que tener —gracias, Jaime Roldós— sindéresis: no solo nos quejemos de lo que hace falta, hablemos también de lo que hay.

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