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El Telégrafo
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El Viernes Santo convocó a multitudinarias procesiones

A los pies de la imagen de Cristo crucificado, que tiene 15 metros de alto, se colocó a Cristo del Consuelo que recorrió las calles del Suburbio de Guayaquil.
A los pies de la imagen de Cristo crucificado, que tiene 15 metros de alto, se colocó a Cristo del Consuelo que recorrió las calles del Suburbio de Guayaquil.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
15 de abril de 2017 - 00:00 - Redacción Actualidad

La familia Aymar Obando lleva más de 20 años con la tradición de caminar junto a la imagen de Cristo del Consuelo, cada Viernes Santo. Son más de 9 personas, entre hijos y nietos quienes peregrinan.

Ángela Obando tiene la voz de mando en el grupo.  “Cubran a su abuelo” indica a sus nietos, quienes ayudan a que Guillermo Aymar se ponga en pie con sus muletas. Ellos confían en que la jornada de sacrificio es una forma de estar más cerca de Dios, para que se cumplan sus deseos de salud.

Como esa familia miles de personas hacen el ritual, cada uno con una petición en particular. La peregrinación inició a las 07:00

Esta costumbre no perdura en todas las familias guayaquileñas. En el caso de Eloisa, de más de 60 años, caminaba sola con una imagen y velas en la mano. Ella recuerda que acudía con sus padres a la procesión, pero ahora sus hijos no tienen su devoción. Ellos se quedan en casa, dice con pesar, aunque recalca que camina para pedir por la salud de toda su familia.

Mientras muchos cargan su cruz personal hay quienes cumplen penitencias ofrecidas por favores recibidos. Es una forma de exculpar los pecados, dice una mujer con lágrimas en los ojos, quien camina descalza y empapada por el sudor y el agua que cae de los balcones y de los carros de bomberos.

La fe se manifiesta de diferentes formas, dice la devota, quien llega a una de las estaciones del viacrucis y entrega estampillas con la imagen del Señor de la Justicia. Recalca que hace 4 años su local de comidas se incendió parcialmente.

“El tanque de gas estuvo prendido por más de 15 minutos y la imagen estaba en medio de las llamas, pero no explotó, ahí comprobé que fue un milagro”, recuerda, mientras entrega la última de las 500 estampillas. El año que viene espera duplicar la cantidad.

“Este año todo cambió, pero igual vine, hay que cumplir. Si pide con fe téngalo por seguro que se le cumple”, dice con fervor. El cambio de recorrido causó un poco de incertidumbre, pero la presencia de policías ayudó a que la ciudadanía se sienta segura.

Verónicas, cucuruchos y romanos en la procesión

Antes de las 10:00, la familia de Juan Luguaña ya se alistaba en una de las aulas de la Unidad Educativa Franciscana San Andrés, en el Centro Histórico de Quito, para participar en la procesión como cucuruchos. Luguaña participa desde que tenía 13 años; ahora tiene 53 y conserva el mismo entusiasmo cada vez que llega la Semana Mayor.

“He recorrido las calles de Quito con el traje de cucurucho desde hace 40 años y cada año renuevo mi fe. Hay un Dios que murió por nosotros y de su sacrificio por nosotros yo no me olvido nunca”. En esta procesión penitenciaria no participa solo, lo acompaña su esposa Julia Masías, proveniente de Santo Domingo de los Tsáchilas, sus hijos, primos y hermano.

Todos comparten la misma fe y amor a Cristo, que, según comentan, nunca los abandona. Mientras su familia calza zapatos deportivos, Luis lo hace descalzo, como hace 4 décadas. “Nunca me he lastimado los pies, miren están como nuevos”.

La procesión dura alrededor de 4 horas y durante el recorrido, Luis y su familia nunca se separan; forman un solo bloque. Mientras caminan rezan el rosario y elevan cánticos. Entre los participantes también están Jholy Calle, estudiante de la Unidad Educativa San Andrés, quien lleva en sus hombros la anda que corresponde a San Juan Apóstol. Este joven devoto admite que no es sencillo cargar en sus hombros uno de los maderos que sostiene a este santo, pero lo hace gustoso por la devoción que le tiene. “Cuando termina el recorrido y descansamos, duele la espalda, pero vale la pena”.

Durante la procesión, las principales calles del Centro Histórico, permanecieron cerradas, así como gran parte de locales comerciales.

La mayoría de fieles que participan en esta ceremonia religiosa se congregan en las cercanías de la iglesia de San Francisco para acompañar con rezos y cánticos a las verónicas, que con el rostro cubierto con un velo llevan en sus manos un rosario. Los tradicionales cucuruchos, las verónicas y los romanos, son símbolos de Semana Santa.

Ante cientos de fieles y turistas, la procesión se inició en el atrio de la iglesia de San Francisco y recorrió varias calles: Cuenca, Rocafuerte, Venezuela y otras.

 Carmen Astudillo participa hace más 3 décadas, porque, según comenta, Dios la ha favorecido, otorgándole salud. Durante el recorrido, decenas de feligreses, que observaban el desfile desde los balcones, se persignaban y elevaban oraciones a Jesús del Gran Poder.

En Cuenca, los feligreses se reunieron en la avenida 10 de Agosto

Las procesiones y la fanesca marcaron el Viernes Santo en Cuenca. Desde temprano se realizó el viacrucis en el Centro Histórico y en las avenidas aledañas.

El Grupo Juvenil Virgen de Bronc recorrió la avenida 10 de Agosto con la participación de niños. En este evento religioso hubo concurrencia masiva de ciudadanos, que desde muy temprano llegaron hasta la iglesia del lugar.

También en el Centro Histórico la comunidad de religiosas de Santo Domingo y de la parroquia de San Francisco recorrieron las calles representando las estaciones del viacrucis, en las que no faltaron los cucuruchos que vestían de morado y sus rostros cubiertos.

Para la noche estaba previsto el rezo del viacrucis, desde el parque de San Blas, hasta la Catedral de la Inmaculada, una tradición en Cuenca.

Paralelamente a estas actividades, los cuencanos y turistas disfrutaron de la fanesca, un plato propio de esta fecha. Los restaurantes y locales en los mercados ofrecieron esta comida con precios populares, en unos casos y precios altos, en otros.

Marco Parra indicó que había esperado mucho tiempo para poder disfrutar de este plato. “Vine hace tres meses de Estados Unidos y no sabe cómo espere este momento para volver a probar luego de cerca de 15 años”, dijo, mientras saboreaba la fanesca. Los precios fluctuaban entre $ 4 y $ 10. (I)

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