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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Dos encuentros de ‘Gabo’ en París

Historias de la vida y del ajedrez
10 de abril de 2014 - 00:00

Ese año, García Márquez vivía en París. Tenía veintitantos y era corresponsal del diario El Espectador colombiano. Una mañana fría, a fines de febrero, por el Boulevard de Chateau, a dos cuadras del Sena, García Márquez vio lo que parecía un sueño: al otro lado de la calle, caminando como si fuera un oso acabado de despertar, iba un tipo grandote, luciendo una barba esplendorosa: era Ernest Hemingway, su ídolo, el escritor que acaba de ganar el Nobel de Literatura.

‘Gabo’ solo atinó a gritar “¡Maestro!” y Hemingway, sabedor de que él era el único Maestro en esa calle, se dio la vuelta y saludó agitando las manos y le gritó a ‘Gabo’: “¡Adious, amigou!”.  Ni Hemingway ni ‘Gabo’, ni nadie en el mundo, podrían adivinar que ‘Gabo’ dormiría en la misma cama de Hemingway. Pero por una razón protocolaria. El Comité Nobel reserva el mismo cuarto y la misma cama para todos los laureados desde el primer año y la costumbre se mantiene. Hemingway durmió ahí en 1954 y ‘Gabo’ 28 años después.

A la mañana siguiente, pese a la alegría de haber visto a Hemingway, el estómago de ‘Gabo’ le recordó que llevaba dos días sin comer. El Espectador había sido cerrado por Rojas Pinilla, un militar fascistoide, y el diario no enviaba el pago de sus columnas. Desesperado, ‘Gabo’ solo tuvo una opción: pedir limosna. Se paró en la puerta del metro e intentó explicarle al primero que pasó algo así como: “No soy mendigo, soy un periodista colombiano que…”. El tipo no le dejó terminar. Le arrojó unas monedas al pecho y le dijo: “Allez a la merde”.

Alguna rodó por una alcantarilla. ‘Gabo’ se agachó y la recuperó. Allí estaban su pan y su café para compensarle su nostalgia del Caribe y para aliviarle los retortijones del hambre. ¿Qué diría hoy, si lo supiera, aquel hombre que arrojó las monedas? “Yo mandé a la m… a un Premio Nobel”. O quizás, “Yo le hice un gran favor a un Premio Nobel”. En la vida, dice ‘Gabo’, las cosas no son como son, sino como se recuerdan. En ajedrez, no: las cosas son como son. Y aquí el blanco lo recuerda:

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