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Saidel Brito: de la imagen fugaz a la pintura heroica

La muestra presenta distintos núcleos a través de 17 cuadros trabajados en acrílico sobre tela.
La muestra presenta distintos núcleos a través de 17 cuadros trabajados en acrílico sobre tela.
Foto: José Morán / El Telégrafo
10 de diciembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

En julio de 2004, Saidel Brito (Matanzas, Cuba) presentó la serie Hábeas Corpus en la galería DPM. Había rescatado del olvido un cuadernillo de bocetos de Enrique Tábara, en los que el pintor modernista capturó escenas y retratos de internos de la Penitenciaría del Litoral. Cuatro años más tarde, en 2008, presentó en la sede que entonces tuvo la galería en Miami, la serie Nacidos vivos, donde retoma su trabajo de apropiación con la pintura histórica desde la representación de sucesos vaciados en el tiempo, con el nuevo uso de espacios donde se narró la historia.

Este año, en la serie Curul, Brito aborda aquella preocupación por la historia, por primera vez, desde un terreno más próximo a la política de Ecuador, donde vive hace 18 años.

A dos meses de las elecciones presidenciales en el país, el artista  presenta 17 cuadros que se originan de un acercamiento a la caricatura política como discurso desde el retorno a la democracia.

La serie, dividida en distintos núcleos, abre camino a la interposición de los discursos y la característica gráfica que tuvieron los dibujos durante su publicación.

Las figuras políticas del proceso democrático ecuatoriano trabajadas desde un contexto de inmediatez son llevadas a un nuevo terreno, donde los líderes tienen distintas posibilidades de identificación.

Las fuentes de este trabajo son las caricaturas de Xavier Bonilla (Bonil) y Luis Peñaherrera (Robin), ambas publicadas en diario El Universo. En su trabajo, Brito mezcla las caricaturas y los personajes con los discursos que como observador capta de sus propias experiencias con documentales sobre la época y sus lecturas personales.

A través de este proceso consigue diluir el discurso primario de las caricaturas. Brito dice que busca empujar los límites del conocimiento del arte, al intentar convertir una imagen pasajera en una pintura heroica: “esa es mi intención con el acercamiento a la pintura histórica como género pictórico, donde no hay claridad de la posición del narrador, se hace totalmente difusa”.

Esa posibilidad de extrañamiento sobre los personajes que utiliza el artista se incrementa en la relación que fija con los títulos de las obras, en los que utiliza fragmentos aleatorios de autores como Borges, Lezama Lima, Monsiváis y Allende. Entonces, dice Brito, los límites y el extrañamiento ante la obra “radican en la capacidad asociativa del espectador”.   

De entrada a la muestra hay un cuadro de mediano formato (122x150 centímetros) en el que un hombre pequeño con una mano alargada, desde el balcón, le da órdenes a un agente que lleva un gran telescopio que apunta al espectador,  porque el hombrecillo así lo ordena. La obra se llama ‘Las alamedas del porvenir’. Aquel discurso proselitista y optimista sobre el futuro se contrasta con la imagen del poder en mando. En este diálogo se mueve también la ironía del autor.

En otro de los núcleos que presenta la serie de Brito se trabaja a los personajes de las caricaturas como sombras en las que se superponen discursos políticos de la época en que tuvieron vigencia, incluso tuits actuales.

Para la serie Nacidos vivos, el historiador de arte Rodolfo Kronfle Chambers destacaba en un texto curatorial  el sostenimiento de características conceptuales presentes en casi toda la producción de Brito y que se repiten en Curul con “los juegos de palabras o el empleo del lenguaje popular, apelando a su capacidad de generar doble sentido, el impulso hacia la experimentación y la ‘invención’ de técnicas que potencien los contenidos de las obras, que generen cierta incertidumbre en torno a cómo se lograron los rudimentos manuales empleados, que a su vez devienen en un importante –y significante a la vez– gancho de seducción visual”.   

Brito señala que en este núcleo de producción hay tres procesos de pintura y dibujo que “potencian ese extrañamiento (al extrapolarlo de su coyuntura), develando que hay una preocupación de la pintura mural. Se conectan esas preocupaciones por la curiosidad de la imagen, las distintas lecturas que pudiera entablar. Por ejemplo, el error de las historias que subyacen en ellas no es para ponerle acento, es para hacerlas líquidas, en ese momento se pierde su acento originario que es su capacidad de readecuarse en el presente”.

Agrega que su interés por fusionar a los autores permite generar nuevas narrativas entre imágenes, pensamientos y referentes que están aparentemente desvinculados. “Como público gravitas en el margen de la inexactitud –dice Brito–. Esos discursos nacionales se diluyen en la frontera, hay fugas de sentido donde la interpretación es totalmente difusa”.  

Los 17 cuadros que están en los primeros planos de la muestra abren el camino a la última obra: una silla de madera tallada sobre una plataforma roja, el posible objetivo de los discursos políticos, como una representación de poder. (I)

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