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Presentimiento de la Luz recorre las semillas de Blanca Varela

La inauguración se hizo con varias instalaciones artísticas, que además de los objetos que recoge, reproducen formas de escuchar y leer a Varela.
La inauguración se hizo con varias instalaciones artísticas, que además de los objetos que recoge, reproducen formas de escuchar y leer a Varela.
FOTO: CORTESÍA DE LA CASA DE LA LITERATURA PERUANA
19 de agosto de 2016 - 00:00 - Por Víctor Vimos, corresponsal en Lima

Construir un testimonio también implica desarticular un cuerpo. No solo porque la narración alrededor de un evento o un personaje parte desde aristas diferentes apuntando, con amplia ambición a rozar la realidad que emana de ellos, sino porque en los fragmentos, en esos detalles sometidos al silencio y la sombra, habita gran parte de la energía formadora de la vida.

Presentimiento de la Luz, exposición que se muestra en la Casa de la Literatura Peruana, ensaya ese ejercicio: hablar desde las semillas del sonido que componen la gran sinfonía de la poesía de Blanca Varela. Nacida el 10 de agosto de 1926, creció en un ambiente rodeado de palabras. “Oía recitar poemas a mi abuela, mi madre los hacía, había todo un lenguaje incorporado al léxico familiar que era parapoético”, le dijo al poeta y periodista Abelardo Sánchez León en 1996.

Esa cercanía definiría su relación con el mundo. Más tarde, en 1943, al ingresar a la Universidad de San Marcos, su encuentro con el grupo de poetas formado por Jorge Eduardo Eielson, Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Francisco Bendezú, Washington Delgado y el pintor Fernando de Szyszlo, sería un paso natural.

Varela frecuentó a ese grupo de jóvenes asiduos a las peñas de música criolla, a las salas de teatro, y a buscar, de algún modo, sortear la economía estudiantil para hacerse con los primeros discos de Schöenberg o Bartok.

“Excusas siempre serán los onomásticos”, dice Jaime Cabrera Junco, comunicador de la Casa de la Literatura Peruana. Inaugurada el pasado 10 de agosto, cuando Blanca Varela habría cumplido 90 años, la muestra busca también poner en el centro del debate local la figura de la creadora de Ese puerto existe (1959), a modo de panorámica sobre su universo creativo. “Se trata de una autora referencial para la poesía, esta muestra acerca visual y documentalmente al público en general a la vida de Varela”, añade Cabrera Junco.

“Aprendí a irme cada vez un poco más lejos de los objetos y de los gestos y también a regresar acompañada por pequeños objetos, extraños restos, fragmentos de cosas misteriosas y aparentemente irreconocibles”, menciona la poeta reflexionando sobre la creación. Esos fragmentos pueblan la sala principal del recinto que acoge a la exposición, y al que diariamente asisten alrededor de mil visitantes. Cartas, postales, manuscritos, revistas, documentos de identidad, poemas tipeados en hojas blancas para luego ser corregidos, tachados, cambiados, como si sobre ellos pasara, una y otra vez, un ojo capaz de apartar la niebla para dejar intacta la luz.

Aparecen notas de puño y letra de Octavio Paz, Martínez Rivas. También, fotografías en las que se la ve junto a Emilio Adolfo Westphalen y José María Arguedas, las dos presencias a las que Varela atribuía una influencia “sutil, misteriosa, velada y alusiva” y sin la que, decía, su poesía no habría sido lo que fue.

Dispuestas además todas las ediciones de sus ocho poemarios, mostrando esa lucha infranqueable que la poeta tuvo frente al oficio de escribir con un cuestionamiento radical frente a la existencia, y una búsqueda estética en la que se advierten la presencia del amor, de la oscuridad y el dolor.

Pequeños objetos que muestran el camino seguido por Varela a través del tiempo. En ellos se lee su llegada a París, en 1949, junto a su esposo Fernando de Szyszlo. La poeta entra en contacto con el existencialismo, con la producción de Simone de Beauvoir, con las últimas estelas del surrealismo, en medio de un ambiente conmocionado por la Segunda Guerra Mundial.  

Lo que ocurre entonces es algo más cercano a la magia, a esa capacidad de absorber las resonancias, sin tiempo ni espacio definido, y convertirlas en un barro sobre el que modelar el mundo. “Yo creo en la inspiración, en la emoción. Me es imposible escribir un poema en frío, planificándolo. A mí, el poema me sorprende, me viene, y es a partir de eso que lo trabajo y lo elaboro. La coherencia del poema se da a posteriori”, menciona Varela, como si hablara de una especie de aparición, de ese algo que sin ser claro la va definiendo, identificándola con un camino gobernado por la palabra.

La exposición, dirigida por Milagros Saldarriaga, y curada por Daniel Contreras y Kristel Best, ha cuidado que el contacto con estos materiales permita al observador acceder a todos los espacios que articulan esa identidad. Dividida en cinco secciones, la muestra va desde su temprano encuentro con la poesía en Lima, hasta las estancias de Varela en París, Florencia y Washington y su retorno a su ciudad natal. A través de este tránsito aparece la figura de la poeta, compañera, madre, editora, librera, intelectual, permitiendo que cada uno de esos espacios temporales dicten sobre quien los lee la dimensión de su búsqueda personal.

Con su regreso a Lima, en 1962, Varela iniciaba un reencuentro con su punto de partida. “Ya desde antes había estado tratando de no perderme en el vértigo de aquellos tiempos, de no ser devorada y consumida por un mundo que me era extraño, con otra lengua, otras costumbres, otros dioses y otros muertos”. Iba tras su memoria, un camino que solo concluiría en 2009, con su muerte.

La muestra se acompaña, además, con una serie de instalaciones artísticas, pinturas y videos que recogen formas diversas de escuchar y sentir la poesía de Varela, así como voces múltiples de sus familiares y amigos. Se planifican visitas guiadas para los escolares, performances a partir de sus documentos, y un congreso internacional que tendrá como motivo discutir su obra y aporte a la poesía hispanoamericana.

Mientras tanto, ahí siguen esos objetos latentes capaces de acercarnos a ese extremo donde todo lo confuso torna en luz. (I)

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