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Oído fino, detallista, exigente: así es el maestro

Oído fino, detallista, exigente: así es el maestro
Foto: Karly Torres / Lylibeth Coloma / El Telégrafo
16 de septiembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Carlos Rubira es, quizá, una de las pocas personas que puede darse el lujo de vivir de sus recuerdos. A sus 95 años, que los cumple hoy exactamente, solo le basta fijarse en uno de ellos -cualquiera, así sea uno pequeño- para justificar con méritos su tránsito por esta vida.

Cuando se ha llegado a una edad próxima al siglo de vida, importa más el camino andado que la ruta por recorrer. Ahí están, por ejemplo, sus canciones, sus alumnos -los de antes y los de ahora, los Julio Jaramillo y los Fernando Vargas-, sus homenajes a la tierra ecuatoriana, sus ocurrencias... En su periplo provechoso aprendió a querer y a ser querido, a cantar y a ser cantado, tal como si él mismo fuera una canción.

Hoy, al cabo de mil y un acontecimientos, el maestro ecuatoriano sigue encaprichado con el noble oficio de la música, del cual conoce sus secretos y misterios.

Todos los miércoles y jueves, desde las 14:00, se traslada hasta el Museo de la Música Julio Jaramillo para medirles la voz y el talento a unos chicos que, sin hipérbole de por medio, lo veneran.

Hace su arribo en silla de ruedas, come algún aperitivo junto a su amiga de toda la vida y compañera de trabajo, la cantante Fresia Saavedra, y se ubica al frente de los jóvenes en actitud docente, con el oído y el corazón abiertos. A punto.

“Chica linda, déjame besar tu boca, calma mi pasión tan loca que hace que sufra mi corazón”.

La canción, entonada al unísono, se esparce por el teatro Nicasio Safadi, como si fuera un himno al que es preciso escucharlo de pie.

Una guitarra solitaria hace el acompañamiento preciso y el maestro sonríe desde un ángulo de su silencio; junta las manos temblorosas y se suma, alegre, al estribillo, como si fuera una jarana improvisada.

Al cabo de unos minutos de esa emoción compartida en partes iguales, la música decae, aunque por dentro de cada uno sigue sonando, porque nadie quiere que termine.

De ‘Chica linda’ se pasa a otras canciones de similar popularidad, algunas de ellas brotadas del plectro creador del maestro Rubira.

Los chicos siguen cantando. Desde su silla, el maestro aprueba o desaprueba, aconseja, gesticula, y vuelve a sonreír en la justa medida de su tiempo, ese tiempo que, a su edad, ha decidido compartir...

Sí, compartir, como lo hizo desde sus años mozos, cuando Guayaquil era, en verdad, la ciudad del río grande y el estero; de las calles enlodadas y las serenatas junto al balcón, de los sombreros blancos y los portales olorosos a cacao seco.

Sí, compartir, como lo hizo con aquel que un día fuera el ‘Ruiseñor de América’, Julio Jaramillo; con Carlos Solís, el de ‘La oración del olvido’; con Gonzalo Vera Santos, el de ‘Juramento’, ese canto al amor conyugal. En fin, el maestro Rubira Infante tiene claro que hay que seguir sembrando más semillas...

Y mientras sique en su catequesis, comparte recuerdos con colegas, amigos y familiares, quienes siguen admirando su música, sus letras, y ese sentimiento impregnado en cada una de sus melodías. (F)

Fresia Saavedra, cantante guayaquileña, la ‘Señora del Pasillo’

"Él les ha cantado a todos los rincones de la patria"

 

Ningún artista ecuatoriano ha pasado tanto tiempo junto al maestro Carlos Rubira Infante como Fresia Saavedra, la ‘Señora del Pasillo’.

Ella conoció al maestro en 1949, cuando solo había dos formas para hacer público las dotes artísticas que tenía: en los portales de las calles, con serenatas o actuaciones contratadas, o en la radio, el medio de comunicación de mayor demanda y sintonía de la época.

“Yo comencé muy tierna a cantar, a los 5 años. Luego mi padre, Julio Saavedra, que era violinista, me llevaba a las radios, en especial a Radio Cenit, de los Delgado Cepeda. Había muchos programas, uno de esos era el de Carlos Rubira, en Radio América. Él cantaba con los compositores Gonzalo Vera Santos y también con Carlos Solís Morán. A mí me gustaba escucharlo, y fue en su programa donde lo conocí y comencé a tratarlo”.

Doña Fresia recuerda de aquellos años que Guayaquil era más estrecho, menos habitado. Si algo caracterizaba a los artistas de ese entonces era la unidad. Tanto así que los cantantes crearon un espacio de música al que llamaron ‘Artistas Unidos’, en Radio Cóndor.

En Radio América, la otra emisora que más oyentes tenía en esa época, cuando la televisión era solo un artilugio de desmesuradas profecías, tenían otro espacio, de forma paralela.

Cuando doña Fresia conoció a Rubira Infante, él ya era famoso, había formado dúo con el cantante Olimpo Cárdenas. “Desde el primer momento fuimos buenos amigos. Él siempre fue muy respetuoso. Hemos grabado casi de todo, tanto, tanto, que hasta la fecha estamos juntos y a la gente le gusta, desde la canción del bandido hasta ‘Venga, conozca El Oro’. Él siempre buscaba grabar conmigo”.

La cantante guayaquileña es profesora jubilada y actualmente da clases de canto en la Escuela de la Música Nicasio Safadi.

Ella considera que Carlos Rubira “es el único que les ha cantado a todos los rinconcitos del Ecuador, él es el verdadero cantor de la patria. Nadie ha hecho tanto por nuestro país como él”.

Por eso -reflexiona- todos los homenajes al maestro Rubira Infante -ya sea el nombre de una calle, de un colegio o un monumento- deben hacerse en vida, “porque de muerto, como dice la canción, ¿para qué? Muerto no se entera de nada, no sabe, no siente, nada...”.

Fernando Vargas, cantautor guayaquileño, alumno de Rubira Infante

“Me pedía que no me pareciera a Julio Jaramillo”

“Flaco, anda a mi casa que quiero ensayarte”, le dijo Carlos Rubira Infante a Fernando Vargas, luego de que él le dedicara una canción. Había ganado un concurso de pasillos con una composición suya dedicada al maestro. En el almuerzo de celebración, Rubira -que era parte del jurado- lo escuchó cantar a capela. Y aunque no da clases a cualquiera, y hasta a los grandes artistas les ha dado sus carajazos y desistido de enseñarles, Vargas y el maestro empezaron las clases. Ahora se dice que Fernando Vargas es el último alumno del ‘Gran maestro’.

Con la música de Rubira Infante iniciaron su éxito Olimpo Cárdenas, Pepe Jaramillo y el mismísimo ‘Jota Jota’, Julio Jaramillo.

Para Vargas, haber sido alumno del compositor de ‘Guayaquileño, madera de guerrero’ ha sido una bendición y la gran responsabilidad de su vida, por la historia musical que precede al cantautor y profesor de los intérpretes más icónicos de la musica popular ecuatoriana.

Desde el primer día de ensayos, Rubira fue muy exigente. Le pidió que no se pareciera a Julio Jaramillo, que no imitara su voz y “mucho menos” su forma de proceder, ya que, como alumno, el ‘Ruiseñor de América’ era “alocado, indisciplinado y desbaratado”.

La antigua sala de la casa de Rubira es el escenario de “más de un millón de anécdotas”, según narra Vargas, pero la que más recuerda con gracia es aquel grito que el maestro le lanzó desde el baño cuando le oyó desafinar mientras tocaba la guitarra. “Él siempre ha tenido buen oído. No se le escapa ninguna. Esa vez me gritó tan fuerte que me asusté, pensé que no me había escuchado”.

Asegura que el maestro es muy  perfeccionista, especialmente en cuidar los finales de cada canción y aclarar las notas en todo momento. “Sé que debo
ser perfeccionista, porque no solo es Fernando Vargas el que está cantando; atrás está Rubira Infante. Y nunca le haría quedar mal. Todos saben que el 80 por ciento de lo que soy como intérprete se lo debo al maestro Rubira”.

Para este joven, detrás de cada palabra de su mentor existe sabiduría, no solo musical, sino de vida. Porque cada frase demuestra que caminó hombro a hombro con los demás; “él nos demuestra que captó como nadie las historias y pensamientos, que plasmó en cada una de las canciones que le compone a la gente, a cada rincón del país”.

Nicole Rubira,  actriz de teatro, cantante pop y sobrina nieta de Carlos Rubira

“Ha defendido la música nacional con su vida”

La cantante guayaquileña Nicole Rubira forma parte de la tercera generación de esta familia de artistas que han destacado en la escena musical nacional.
Su estilo es totalmente diferente al de su tío abuelo, Carlos Aurelio Rubira Infante, pero son los únicos en compartir la afición de escribir versos y musicalizarlos.

Lo hacen en un estilo diferente, Rubira Infante sigue por la sonoridad del pasillo y el pasacalle; mientras que la joven cantante interpreta baladas pop en español e inglés. Pero ambos son iguales a la hora de describir con palabras sencillas lo que siente el corazón.

“Cantar pasillos requiere de una disciplina especial, no es lo mismo que cantar boleros o baladas, que es donde me desenvuelvo mejor”, expresa la también actriz, quien aprendió a cantar pasillos  por su abuela, Chela Rubira.

“Fue ella la que me enseñó todo lo que hay detrás de este género. Ella vivió el apogeo del pasillo y fue testigo de todas esas noches de bohemia entre Carlos, mi abuelo Julio Rubira y Julio Jaramillo”.

Nicole dice estar “más que orgullosa” de ser parte de esta familia artística, ya que su abuelo fue un reconocido bolerista que incursionó con éxito en países como México, Colombia, Panamá y Estados Unidos, en donde compartió el escenario con Frank Sinatra y Sammy Davis Jr.

Define a su tío abuelo como el “símbolo de la ecuatorianidad”, porque es el único compositor que le ha dedicado una canción a todas las provincias del país “con el mismo sentimiento y entrega, y siempre defendiendo la música nacional como la vida misma”.

Sus actividades extracurriculares le impidieron que fuese alumna de él, ya que desde adolescente se metió de lleno a la danza y al teatro musical. Ese esfuerzo le permitió hacerse conocer en el medio artístico nacional.

“Me hubiese gustado ser su alumna, pero no fue posible... lo bueno de todo es que él ha tenido estudiantes tan entregados al pasillo, como Fernando Vargas, quien es el heredero de todo ese legado y mantiene viva esa tradición”.

Y aunque no hubo una relación de maestro y alumna entre ambos, sí han tenido la oportunidad de cantar juntos en varias reuniones familiares.

“Curiosamente me encantan ‘Esposa’ y uno de nuestros temas favoritos: ‘Chica linda’; cuando nos encontramos, cantarlo es casi religioso”.

Naldo Campos Sornoza, requintista y profesor de la Escuela del Pasillo

"Gracias a sus canciones,  él perdurará en el tiempo"

Naldo Campos no puede evitar la mirada acuosa cada vez que cuenta la forma en la que amó a los seres que ya no tiene cerca. Un día de esos, en los que la voluntad de hierro volvió a tropezar con los nombres que extraña, estaba cantando en una edición del Festival Musimuestras, en el Museo Municipal de Guayaquil, en el centro de la ciudad. Él, que no es cantante sino requintista, aceptó tomar el micrófono y dejarse acompañar por la guitarra. Cantó ‘En las lejanías’, un pasillo que tiene la letra triste de Wenceslao Pareja y la melodía a la que describe como “tiernita” de ‘Carlitos’ Rubira Infante, uno de sus grandes amigos, uno de los grandes compositores vivos de la música nacional. “En las lejanías dejé mis tristezas / he forjado solo mi robusta fe / oscuro no valgo todas las grandezas / que siento muy hondo, que siento muy hondo dentro de mi ser”, dice cantando. Naldo resalta que ‘En las lejanías’ es una canción que lo sobrecoge; aquella vez se atrevió a cantar y se la dedicó a su ahijada que se había mudado de continente. “No pude terminar la canción porque a medio camino me puse a llorar. Es muy tierna y significativa para mí”, refiere el músico.

Campos aprendió a tocar la guitarra viendo a su hermano. Parte de lo que sabe de música se lo debe a los amigos que tuvo, a pesar de que muchos de ellos no eran sus contemporáneos, como Carlos Rubira Infante. “Yo traté de reflejarme en un hombre serio, en un personaje serio como es Carlitos. Él me aceptó, me abrió las puertas de su corazón para ser su amigo y eso me honra”.  

Naldo considera que en Ecuador han existido muchos compositores de gran nivel; cree que Carlos Rubira no es el único, pero está entre los grandes. La música con la que trabajó este maestro tiene su auge en las décadas del 60 y 70. Y trascendió a tal punto que se siguen cantando sus temas. “Sus composiciones son bonitas y gustan mucho. No conozco otra persona que haya hecho canciones para todas las ciudades o provincias de este país. Estoy convencido de que, como compositor, la labor de Carlos es enorme y de seguro nunca se va a morir; sus canciones lo harán permanecer siempre en el gusto, en el tacto, en las particularidades de cada uno de nuestros territorios y en el corazón de la gente. Eso es lo mínimo que merece un compositor de tan alta garantía. Creo que las nuevas generaciones no podrán tener otro igual”.

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