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Néstor Cali falleció y su librería se desluce

Mientras se hacía este reportaje, una mujer le preguntó al librero si tenía la Biblia Vulgata. “Ninguna biblia”, respondió, resignado, Roberto Cali.
Mientras se hacía este reportaje, una mujer le preguntó al librero si tenía la Biblia Vulgata. “Ninguna biblia”, respondió, resignado, Roberto Cali.
Foto: Jessica Zambrano / El Telégrafo
27 de marzo de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Hace un mes la puerta enrollable y gris de la Librería Nuevos Horizontes, frente al Mercado Central de Guayaquil, tiene colgado un cartel que dice “cerrado por luto”.

Es un miércoles invernal. La temporada escolar en la Costa ecuatoriana está por iniciar pero esta, la zona donde se comercia gran parte del papel y los libros antes de clases, está vacía. Pocas personas llegan a preguntar por uniformes, libros o cuadernos. “Tal vez –dice un comerciante– esperan siempre a última hora o al fin de mes”.

La leyenda de Nuevos Horizontes tiene señales de un siniestro. El cartel está doblado y no se lee bien. En el comercio de al lado preguntan por el luto y el librero. Detrás de un escritorio donde aparentemente se llevan las cuentas de la venta de zapatos y faldas de tablones, una mujer grita: “¿Cuál era la nueva dirección del pariente?”. Se hace el silencio y repite “¡pariente pues, cuál es la nueva dirección!”. Con una sonrisa dice que la librería se mudó a la calle Luque, frente al cine Presidente, espacio que luego de varios años de haber pasado filmes pornográficos se está reconstruyendo para acoger un templo evangélico.

En Luque y Pedro Moncayo, a cinco pasos de un kiosko de jugos y empanadas y junto a un local de zapatos de cuero, se abre otra puerta enrollable, sin ninguna señal.

En un letrero dice que el espacio “se alquila”. El lugar, más que una librería, parece un garaje donde todo está en remate. Hay libros y un hombre sentado en medio del pasillo, formado por pilas, explica la condición del lugar.

Una chica pregunta por los libros de Julio Verne. El hombre alza un conjunto de libros del piso y le dice a la cliente: “aquí puede estar. Busque”. En menos de un minuto la chica se va y corre en busca de un nuevo sitio de libros usados y más baratos que en las librerías tradicionales. “Hay tantos libros que la gente no quiere ni buscar”, dice Roberto Cali. Él trabajó con su hermano durante 50 años en el mismo negocio: comprando libros viejos a familias adineradas o estudiantes que no los quieren más. Tenían el local en un paseo hasta que Néstor Cali, el mentor de todo, falleció, hace un mes. Los hijos vendieron el local  y él tomó los libros, los reservó en su casa hasta encontrar un lugar cercano y seguir con el negocio porque “no  hay más. Y a los hijos de mi hermano nunca les gustó”, dice.  

Algunos libros los tiene guardados aún en su casa y otros ocupan el nuevo espacio. Están las típicas publicaciones de Zona Libre, el Kama sutra en una versión ochentera y algunos textos de la colección Antares, de Libresa. “Cerros de libros apilados, la mayoría, versiones escolares y uno que otro título destacable pero que, como en la mayoría de los casos, está demasiado estropeado como para que valga la pena comprarlo”, dice José María León, editor de la revista digital Gkillcity.

Un visitante que conoció el lugar en su antigua estancia, en los 80, dice que en esa época la posibilidad de comprar libros era inferior y la idea de conservar el conocimiento era distinta. “Uno no compraba para pasar el rato, compraba el saber”.

Cali suelta una idea optimista: “Cuando pongan la iglesia aquí al frente han de venir más clientes”. (I)  

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