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Punto de vista

‘Necrophilia Variations’, de Supervert

‘Necrophilia Variations’, de Supervert
11 de abril de 2014 - 00:00 - Eduardo Varas Carvajal, escritor

Uno de los libros que más me ha perturbado, hasta el punto de volverlo a leer una vez que lo terminé, es ‘Necrophilia Variations’. No se sabe el nombre real de su autor, pero se hace llamar Supervert y no es tanto una celebridad, pero sí una rareza dentro de la literatura. Y ese libro más.

En el universo de ‘Necrophilia Variations’ no entras a justificar una perversión desagradable, entras a entender –en ese terreno que mezcla el ensayo con la narrativa corta- que de plano existe una concepción de belleza que se te puede escapar y que quizás no compartas, pero visualizas que para alguien más, así sea un personaje de una historia, sucede.

No es que el autor busque hacernos cómplices de una perversión tan repulsiva; en realidad, lo que busca es que juguemos a no ser tan contundentes en nuestros juicios.

¿Y dónde está la belleza de esto? En cómo lo cuenta.

Supervert es dueño de una prosa que entrelaza una normalidad social con destellos de depravaciones sexuales, todo dentro de la privacidad de cada personaje. Los seres que aparecen en ‘Necrophilia Variations’ viven sus fantasías, porque para ellos de eso se trata: de cumplir sus deseos, sin dañar a otro ser vivo. En teoría, este libro muestra que esta máxima de convivencia social puede ser llevada a los extremos más impresionantes.

Y en esta búsqueda de satisfacción hay mujeres que duermen en ataúdes, gente fascinada con los atentados terroristas a gran escala (con referencia a Stockhausen incluida), jóvenes con discapacidades físicas que desean vivir fantasías sexuales riesgosas, un hombre que busca voltear su libido a como dé lugar, un grupo de mujeres fanáticas de los suicidas, que corren a buscar sus penes en las escenas del crimen, para guardarlos en tributo, etc. ‘Necrophilia Variations’ no me cambió la vida por su temática, sino porque me enseñó que se puede escribir sobre aquello que ni siquiera piensas posible y asombrarte porque el autor apaga todo juicio moral para hacerlo y entiendes, definitivamente, que la literatura no es fuente de moral.

“La belleza es relativa, ¿pero podría ser tan relativa como para que algunos nos sumerjamos hasta el fondo y encontremos atractiva a la fealdad absoluta?”, escribe Supervert y esa pregunta es la duda humana que más me ha perturbado.

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