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Lumbreras: Cada poema se descubre en el camino

Lumbreras ha escrito Caballos en praderas magentas, Numerosas bandas y La ciudad imantada, entre otras.
Lumbreras ha escrito Caballos en praderas magentas, Numerosas bandas y La ciudad imantada, entre otras.
Foto: José Morán / El Telégrafo
06 de diciembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Ernesto Lumbreras (Jalisco, México, 1966) tiene sobre sí el peso literario de haber nacido en la tierra de Juan Rulfo; una especie de compromiso con quienes admiran a Pedro Páramo y a la polvorienta Comala.

Quizá por ello -contaba mientras alistaba sus poemas para participar en el Desembarco Poético de Guayaquil- de entre los dos demonios que lo poseían en la juventud, la política y la poesía, se decidió por la última.

Ganador del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por el libro Espuela para demorar el viaje, en 1993, cree que el oficio de versificador tiene varias circunstancias que les son propias y connaturales.

“Cuando se habla de poesía, se pregunta qué es poco y qué es mucho. Se dice que, en 1966, Pablo Neruda celebró el ejemplar un millón de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, cuando los simbolistas franceses -Mallarmé o Rimbaud- no llegaban a los 300 ejemplares. Para mí, la poesía está en otra banda de tiempo”.

Aunque se dice preocupado porque la poesía no tiene el auge de la época romántica o victoriana, cree saber cuál es la razón: cada región tiene sus propias motivaciones.

“En el caso de México se ha vuelto cada vez amplia la distancia entre educación artística y educación; las humanidades las han ido retirando de la educación primaria. Entonces lo que se entrega en educación artística es sacarle alaridos a la flauta de pan y se acabó. Los lenguajes artísticos de la música, de la pintura, de la literatura, se han replegado en sí mismos”.

Para el escritor mexicano, el gran problema de la modernidad no solo radica en que los lenguajes poéticos se han sofisticado o se han encriptado, sino en que no existen las instituciones que conecten al público lector con este tipo de lenguajes, ya que -comenta- “no hay una consigna sobre cómo debe escribirse”.

Dentro de estas formas, Lumbreras -quien se desempeñó como profesor de Literatura en la Universidad del Claustro-, señala que prefiere ser presa de la inspiración pero a la manera que decía Joseph Brodsky: con la musa no llegada de afuera, sino metida en el lenguaje.

“Tenemos que hacer, como si fuera una piedra, que saque esa primera chispa, esa primera cifra -para decirlo en un término muy querido por Borges-, y a partir de allí ir descubriendo lo que se va hallando en el proceso del poema”.

Convencido de que los poetas “escriben poemas, no libros de poemas”, explica que cada creación tiene un modus operandi, no hay fórmulas; cuando terminamos de escribir se rompe ese molde, ese formato que se descubrió en el devenir de la escritura. Cada poema exige una forma particular de avanzarlo y hasta de abandonarlo. Valery lo decía: un poema nunca termina de escribirse, un poema se abandona. El punto es ese, en qué momento debemos abandonarlo”.

Para Lumbreras no hay acontecimiento histórico más importante para la cultura de su país que la revolución mexicana, gracias a cuyos dos millones de muertos, se dio una catarsis que permitió a la gente reconocerse como pueblo y asumir su identidad como algo definitivo.

“Tuvimos un ministro de Cultura, José Vasconcelos, quien, desde esos tempranos años veinte, puso la primera piedra para la educación, la cultura, las artes. Nos enseñó que, sin educación espiritual, el progreso material es pobre, vacuo”. (I)

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