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Luis Fernando Carrera recrea la historia desde la ambigüedad

El artista realizó un muro en el que constan los retratos de los patriotas que fueron olvidados por la historia.
El artista realizó un muro en el que constan los retratos de los patriotas que fueron olvidados por la historia.
Foto: Carina Acosta / El Telegrafo
22 de julio de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

De la historia de las gestas libertarias ocurridas en el siglo XIX, lo que más se conoce son dos hitos que marcaron el imaginario nacional: el primer grito de independencia del 10 de agosto de 1809 y la masacre del 2 de agosto de 1810. Desde esas fechas es poco lo que se sabe de las revueltas que sucedieron en los tres años siguientes y se cree que Quito fue un remanso de paz hasta que, una década después, se iniciaron las batallas de independencia.

En la muestra El Estado de Quito: la historia ignorada, el artista Luis Fernando Carrera repasa ese periodo ‘perdido’ –de 1810 a 1813– en la historiografía ecuatoriana y narra los hechos que han quedado por fuera de los cánones de estudio académico, como la Batalla del Panecillo, las sublevaciones del barrio de San Roque o el protagonismo que tuvieron las mujeres –como Rosa Zárate o María Ontaneda y Larraín– en la resistencia quiteña.

Este trabajo se expone en la Casa de la Fundación del Teatro Nacional Sucre hasta el próximo 4 de agosto y está armado a partir de reliquias de la época que el artista recreó para contar la ausente historia de la Revolución Quiteña. “Saco del archivo a las reliquias ficcionales que elaboré para generar otra experiencia en el espectador. No es lo mismo leer un libro de historia que ver los objetos, cuya ambigüedad tensiona el hilo histórico”, dice Carrera en una visita guiada de su muestra.

El artista ficciona un diario escritor por Antonia Silva, en el que relata los sucesos de la época desde la llegada del Conde Ruiz de Castilla a la Real Audiencia. Foto: Carina Acosta / El Telégrafo

Para este ejercicio que interpela al pasado canónico, el artista inventó la Sociedad Investigativa ROA, creada en honor a la desconocida labor documental del Padre Roa, hermano de la Cofradía de la Buena Muerte de la Orden de Sacerdotes Camilos, quienes llegaron a Quito en 1794  para hacerse cargo de los bienes de los jesuitas luego de su expulsión. La colección de esta sociedad es lo que se expone en la muestra –que anteriormente ya había estado en el Museo Alberto Mena Caamaño– e inicia con un mapa explicativo de cómo era Quito durante la Real Audiencia. 

En las paredes del espacio se exhiben las escarapelas que utilizó el ejército de cuchilleras que formó María Ontaneda y Larraín durante las revueltas quiteñas. Ella nació en San Roque en 1772 y se dice que fue amiga de  Rosa de Montúfar, hija del II Marqués de Selva Alegre, y estuvo vinculada con los pensamientos autonomistas desde 1802. A Ontaneda se la señala como la mujer que lideró el ajusticiamiento popular –el 15 de junio de 1812– al Conde Ruiz de Castilla, expresidente de la Real Audiencia y quien murió tres días después de su masacre.

Del Conde Ruiz de Castilla, Carrera recrea su máscara mortuoria, en la que se reflejan los signos de violencia a los que fue sometido. Además de las escarapelas, también hay medallas de los vecinos de los barrios populares quiteños y retratos de Juan Pío Montúfar y del Obispo José Cuero y Caicedo, primer presidente del Estado de Quito.

De las llamadas luchas de hachas y machetes, el artista quiteño elaboró ambos objetos que fueron utilizados por el ejército de resistencia quiteño y que estuvo conformado por los vecinos de San Roque. Como Quito estaba aislado en aquel entonces, no tenía un ejército especializado, entonces los cuchilleros de San Roque o los verduleros del barrio usaron sus herramientas de trabajo como armas de lucha.

Cuando Quito fue cercado en 1812 por las tropas realistas, estos grupos de soldados –conformados por habitantes de barrios populares, mujeres y niños–  fundieron el metal que tenían a su alcance para hacer balas y participaron en la batalla de El Panecillo, la última pelea  que libró la Junta de Quito.

Rosa Zárate y su pareja Nicolás de la Peña lideraron a los sanroqueños y fueron activistas del proceso independentista. Cuando Toribio Montes asumió la presidencia de la Real Audiencia, ambos fueron perseguidos y luego ejecutados en Tumaco, Colombia, la mañana del 17 de julio de 1813. Sus cabezas fueron enviadas de regreso a Quito para ser exhibidas públicamente. Luis Fernando Carrera expone fragmentos de los cráneos de Zárate y de su esposo, y la urna donde está el corazón de Carlos Montúfar. 

 Uno de los elementos ficcionales de la muestra es el diario de Antonia Silva, una mujer quiteña que relata sus memorias de la época –a manera de novela histórica– e incorpora elementos materiales como una flor bordada o un grano de sal.

Al final de la exposición se encuentra el muro de los patriotas, en el que aparecen retratos de Mariana Matheu (escritora), Josefa Tinajero (gestora revolucionaria), La Pallascha y Salinas (combatientes del ejército de María Ontaneda) y Agustín Agualongo (soldado indígena), entre otros. También hay un cuadro en el que está un espejo donde el espectador se puede mirar, que representa al patriota desconocido, ese que siempre estará ausente. (I)

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