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El Telégrafo
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La literatura demanda lectores resistentes

El argentino Julio Cortázar es autor de Rayuela, de 1963, obra considerada básica para el boom literario.
El argentino Julio Cortázar es autor de Rayuela, de 1963, obra considerada básica para el boom literario.
Foto: Archivo / El Telégrafo
20 de febrero de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Contaba el periodista mexicano Marco Almazán que, cierta vez, había sido testigo de cómo un acaudalado empresario le pedía al decorador de su nueva mansión que le ubicara la mayor cantidad de libros en su despacho, no porque fuera a leerlos —sus negocios no le daban tiempo—, sino porque a su casa iba “gente de letras”.

Es posible que el empresario de marras jamás se hubiera visto abocado a demostrar su condición intelectual delante de nadie, lo que sí es cierto es que no pocas veces, ya sea en círculos literarios, en cenáculos filosóficos y pasillos universitarios se comentan los llamados “libros difíciles”.

Son aquellos de cuyo espesor —en forma y contenido— pueden  dar amargo testimonio muchos lectores frustrados, algunos de los cuales no lograron siquiera llegar despiertos al final del prólogo.

El propio Almazán confesó que llevaba más tiempo tratando de leer Ana Kareninna, de Tolstói, que con su propia esposa.



Muestrario propio y ajeno

Libros como Rayuela, que revolucionaron la literatura universal por su curiosa propuesta de lectura múltiple; Ulises, considerada una obra maestra pese a su omisión deliberada de reglas elementales de la escritura, y la célebre Finnegans Wake, escrita en 17 años, de estructura circular (ambos de James Joyce); son obras que marcaron una ruptura en la historia de la literatura del anterior siglo.

Especial atención merece, también, Tres tristes tigres, del cubano Guillermo Cabrera Infante, en una de cuyas páginas el premio Cervantes repite más de cien veces la palabra “blen, blen, blen...”.

Entre los nuestros cabe mencionar ese “texto con personajes” que es Entre Marx y una mujer desnuda, de Jorge Enrique Adoum —Premio Javier Villaurrutia en 1976—, y una no muy conocida, de curioso nombre y modesta edición: Tribu si, del autor guayaquileño Carlos Béjar Portilla.

“Hay que hacer el esfuerzo”

Cuenta el escritor azuayo Jorge Dávila, último Premio Nacional  de Cultura Eugenio Espejo, autor de María Joaquina en la vida y en la muerte, que, en el caso de Adoum, le bastó la lectura de Rayuela para asimilar la obra Entre Marx y una mujer desnuda.

Lo suyo —confiesa— frente a este tipo de lectura, desde joven, fue como una obsesión, una obsesión que contó con la generosa sapiencia y asistencia de uno de sus maestros universitarios, Enzo Mella Porras, de cuya mano terminó disfrutando las complejidades de Hegel y su Fenomenología.

“Me han gustado siempre los libros duros de aprehender, pero me propuse tempranamente el reto de leer todo lo que pude de Faulkner, y me ha quedado ese gustito por lo difícil y lo hermoso, para toda la vida. Joyce era también un desafío, pero sin esfuerzo me hubiese quedado al margen del Ulises, y eso no me lo habría perdonado nunca”, señala Jorge Dávila, quien también menciona el caso de los poetas herméticos.

Dos clases de libros

Para la escritora y profesora de Lengua y Literatura Lucrecia Maldonado, no todos los libros “difíciles” tienen la misma connotación, pues he aquí que hay libros que, sí,  “nacen de una autenticidad de un escritor, de un proceso creativo honesto, de una complicidad con el lector ‘activo’ (Cortázar lo llamaba ‘macho’)”.

Según ella, estas lecturas “son complejas, pero al mismo tiempo nutritivas para el alma y plantean un reto para el intelecto. “Me parece que son necesarias y que se deben abordar también con creatividad, honestidad y, sobre todo, amor y respeto por una gran obra.

No obstante, también hay los que solo responden a un “alarde creador”, que no tiene nada que ver con la honestidad intelectual y lo que pretende es dar a conocer cuán intelectualoide es su autor.

Caminando por el mismo andarivel, el director de la Academia de Historia de Manabí y miembro    de número de la Academia Nacional, Ramiro Molina Cedeño, considera que, en su rama, hay ciertamente libros desbordados de academicismos y conceptos complejos que no contribuyen en nada a la comprensión lectora.

“A veces hay varios hilos argumentales”, precisa Molina,  quien se lamenta de que no se enseñen lenguas como el latín, lo que ayudaría, en gran manera, al desenredo de muchas lecturas. (I)

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