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El Telégrafo
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Jorge Aycart atomiza su obra cinematográfica

Aycart juega con situaciones y personajes cinematográficos olvidados, como el suicidio de Pierre Batcheff.
Aycart juega con situaciones y personajes cinematográficos olvidados, como el suicidio de Pierre Batcheff.
Foto: Alfredo Piedrahíta / El Telégrafo
25 de marzo de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Jorge Aycart regresó de estudiar cine en Argentina, en 2010. En Guayaquil, sin su equipo de producción y con la idea de que lo que se genera en el lenguaje cinematográfico del país “es peligroso” porque “aliena al individuo”, ha volcado su trabajo en lo que llama “cine expandido”.

Su última muestra, en la galería DPM, tiene un título que podría parecer redundante: Mundo viviente. La vida aparece como constante, sin embargo, los objetos que interactúan en la obra de Aycart surgen de fragmentos de una realidad cinematográfica y literaria que están bajo la superficie, como elementos que cuestionan lo vivo.

La exposición se abre con el eco de lo que aparenta ser una bestia y cuya identidad no es posible reconocer si no hasta el final del recorrido. Con el soundtrack de ese ser enigmático, el espectador intercala una serie de cuadros que toman fragmentos de películas –la mayoría de ellas de los años 20 y algunas ya olvidadas–. Cada pieza ha sido adaptada a un nuevo relato, con personajes que se cruzan en las lecturas del autor.

La primera obra lleva el título de un ejercicio de escritura automática, al estilo de los literatos surrealistas, como André Breton: “Mientras leo todo esto se reorganiza en 975439230 partículas de aquello que miro en situaciones diversas”. Aycart toma la frase y la traduce al húngaro, como el origen de Bela Lugosi, uno de los actores que protagonizan uno de sus tres cuadros iniciales.

Aycart estaba en busca de una frase sobre la posibilidad de movilizarse. La facultad de expandirse que le otorga aquel número infinito, cree, se potencia en su traducción a un idioma totalmente extraño.

La obra titulada en húngaro contiene dos fotografías y una pintura. En una de ellas aparece Lugosi mientras actúa en la adaptación del cineasta Albert S. Rogell de El gato negro, el cuento de Edgar Allan Poe.

Aycart repite la estrategia de Rogell en toda la muestra: su adaptación es tan libre que el hilo conductor de la obra original aparece solo en fragmentos; los elementos centrales se pierden en situaciones distintas a las de su origen. Los discursos se funden con visiones como las del cineasta chileno Raúl Ruiz, quien también aparece en uno de los cuadros. Su propuesta aludía a un interés por construir situaciones plásticas y enigmáticas.

En La venganza de Jean Hersholt, un tríptico que integra la muestra, aparece uno de los actores secundarios de la película Avaricia, aquel clásico del cine mudo de Erich von Stroheim.

El artista se interesa en Hersholt porque es quien, tal vez, peor la pasa en la película. Su imagen supera el relato cuidado y estético con el que trabajó von Stroheim para maximizar su dolor y ficcionalizarlo aún más. Conecta la figura de Hersholt en nuevos planos con la crítica que hace el filósofo francés Gilles Deleuze, cuando sugiere que hay un movimiento muy importante para el arte contemporáneo en Avaricia y es la noción de entropía, el movimiento hacia la destrucción.

Las figuras que Aycart toma para su obra desde el cine tienden a la destrucción de lo vivo, desde su desfiguración o con la amplificación de detalles sórdidos. Eso ocurre con el video instalación María Falconetti y las dos moscas, en el cual toma la figura de la actriz que interpreta a Juana de Arco, a quien casualmente se le ha posado sobre su rostro desmaquillado una mosca. Aycart repite la acción con otro insecto en el mismo encuadre y la escena en loop.

“Mis películas se transformaron en estas cosas. Ya están hechas las cintas de Aycart, son dos que se proyectaron en Buenos Aires y aquí y que nadie les prestó atención. Hoy en Ecuador la escena artística es para mí más cómoda e interesante que la del cine. Desde este lugar tengo mayores libertades y me siento menos cineasta que artista”, dice el autor.

Sus proyectos cinematográficos, como aquel que planteaba a partir de su obsesión con el cuento de Jorge Luis Borges Examen de la obra de Herbert Quain Herber, se atomizó en varios videos y fragmentos que componen un mundo independiente.

Jorge Aycart considera su obra absolutamente política. Cree en el arte como el terreno de lo inútil pues, dice, no tiene un valor práctico, sin embargo está seguro que desde allí es posible ser más subversivo. (I)

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