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Jean León usa la poesía como recurso liberador

El día de la premiación del concurso de poesía joven Ileana Espinel Cedeño, Jean León recibe su diploma.
El día de la premiación del concurso de poesía joven Ileana Espinel Cedeño, Jean León recibe su diploma.
Foto: cortesía de Augusto Rodriguez
07 de diciembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Hubo una época en la que Jean León (Guayaquil, 1990) se emocionaba con la lectura en voz alta de los salmos bíblicos, aquellos que cantó el rey David, y que en boca de su madre adquirían un tono casi magisterial, obligatorio de escuchar y practicar.

“El que habita el abrigo del altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente, diré yo a Jehová esperanza y castillo mío, mi Dios ¿en quién confiaré?...”. Escuchar eso, y otros versículos fervorosos, le motivó las manos y el espíritu para escribir versos o, al menos, eso creía que eran.

La vida transcurrió tal cual como  es cuando no se ha conocido al padre, cuando la madre trabaja cocinando en casa ajena y los tubos de desagüe sin instalar son el único juguete disponible. En las calles 38 y Portete, y luego más allacito, Jean León comenzó a vivir con apremios, pero aferrado a una fe inquebrantable.

“Mi madre era muy católica; se metió a un grupo —los catecúmenos— que la visitaban siempre y leían y leían. Desde ahí como que viene ese pequeño hinconcito”.

Jean no habla mucho. Piensa bastante para contestar, como si cada evocación le fuera esquiva o le llegara a cuentagotas. Asegura que la grabadora lo pone nervioso y preferiría que estuviera apagada.

Gracias a una beca, el poeta guayaquileño estudia en la Escuela para Chefs. Señala que sus especialidades son las comidas criollas, como el seco de gallina. Foto: Karly Torres / El Telégrafo

El contacto con los visitantes religiosos -precisa- era tan frecuente que a él le dio por comenzar a escribir cuentos, pero que eran tan malos que no recuerda su temática.

Metido en ese viaje sin marcha atrás que es la creación literaria, hace tres años conoció a Wilmer René García, un joven escritor que ya había ganado el Ileana Espinel (2014) y se llevaba mejor con la escritura. A él le confió sus escritos y él se los corrigió, en forma y contenido.

“Él me introdujo más a la literatura, me enseñó más autores, tales como Vicente Aleixandre, que me encantó; leí su libro La destrucción o el amor, maravilloso. También al peruano César Vallejo, Julio Cortázar, por esa línea iba. Comencé a leer y luego retomé la poesía”.

Ángeles musulmanes

La retomó pero con cierta inseguridad, porque no estaba convencido de que tuviera algún valor. Para despejar esos temores se metió a un taller de escritura con El Quirófano y, a partir de allí, lo motivaron a que hiciera algo más en serio, pero él se “moría de la vergüenza porque era como revelar mi vida, mis intimidades, revelarte a ti mismo, porque cuando uno escribe se revela”.

El resultado de esa sugerencia fue Ángeles musulmanes, un poema erótico que gustó mucho al director del taller, Augusto Rodríguez, quien le dijo que siguiera escribiendo de ese mismo modo. Al mismo tiempo, una amiga le aconsejó que utilizara un programa —Note— que, instalado en el celular, enviaba alertas para escribir; es decir, cada cierto tiempo sonaba como una alarma. Y él hacía caso.

Como León lo que menos tenía era tiempo —estudia para chef y trabaja en un restaurante— para agarrar el papel, comenzó a escribir en el celular lo que creía debía ser un poema o, como él lo llama, “un punto de no retorno”.

El poema como rebelión

“Tuve que reinventarme, tuve que trascender por medio de lo que escribía. El poema habla de una parte de mi vida. El catolicismo no es el problema, el problema es la sociedad que, con sus leyes, te oprime. Y yo estaba así, oprimido. Era obligado a pensar como se creía era lo políticamente correcto, no podía expresarme libremente”.

Así, en una especie de rebelión contra lo que estaba viviendo —“Déjame existir hace doce años, cuando yo era un poco más tuyo”, dice, a manera de alegato—, nació Principios de anarquía, el poema con el que ganó el Ileana Espinel este año. Lo hizo poco a poco, siempre usando sus teléfonos.

El poema, que pasó por un iPhone, un BlackBerry y terminó en un Huawei, convenció al jurado para darle el primer premio por “el logrado acento vivencial de su discurso, en el que se conjugan la interioridad anímica del hablante con el paisaje externo que lo rodea”.

Al final, León afirma que se siente tranquilo, porque hizo lo que quería: renacer a través de la poesía. (I)

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