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Geografías personales busca la memoria afectiva

Carolina Velasco estudió literatura en la Universidad San Francisco y allí investigó sobre poesía chicana queer.
Carolina Velasco estudió literatura en la Universidad San Francisco y allí investigó sobre poesía chicana queer.
Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
15 de octubre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Cristina Jumbo y Carolina Velasco plantearon un recorrido por la memoria al que denominaron Geografías personales. La premisa de esta propuesta es que el recuerdo es un acto corporal y afectivo, que se activa cuando pasa por la piel y el corazón. Ambas desarrollaron un laboratorio con la participación de cinco personas (Fernando Revelo García, Thelma Guerra, Sofía Mosquera, Ariana Sánchez Romero y Camila Carrillo Camacho), quienes tenían que dibujar, en un primer momento, un mapa de algún lugar de la ciudad que los haya afectado, y que ellos hayan afectado también.

Luego, los participantes, junto con Cristina y Carolina, escribieron cartas en las que detallaban su relación con el espacio que escogieron, como La Floresta, Miraflores, Pomasqui, La Carolina y La Gasca. A  partir de esos textos y de las lecturas compartidas, construyeron mapas que no tenían la forma típica de un plano. Eran más bien experimentaciones plásticas, como collages, pues al mapa dibujado le añadieron elementos físicos de la ciudad.

“Utilizamos muchos materiales que suscitan la memoria, materiales de la ciudad como el estuco o cosas recogidas de la calle. El resultado final del laboratorio era construir un collage que representara la memoria de los espacios. Empezaba como un mapa concreto y, poco a poco, se iba deformando. Mientras más poníamos capas de material, mientras más asignábamos metáforas, todo se iba alterando”, señala Carolina, quien estudió literatura en la Universidad San Francisco de Quito, y cuyos intereses de investigación radican en las políticas del cuerpo y las fronteras.

La idea de Geografías personales no era trabajar en espacios concretos o restringidos, sino -según Carolina- “sobre la memoria del espacio, que es una memoria incompleta, afectada por el presente. Son  espacios fracturados por el tiempo”, como el de la infancia.

Una de las conclusiones no definitivas del laboratorio es que Quito es una ciudad desbordada, que tiene una considerable brecha entre lo que sucede políticamente a gran escala y lo que ocurre en la vida diaria. Hay una sensación de que se toman decisiones basadas solo en estadísticas e índices, y que se insiste en pensar en la mayoría y no en las pequeñas historias personales.

“Trabajar sobre este tema surge con la intención de reflexionar sobre cómo se dan las relaciones en la ciudad, en donde hemos encontrado que es importante visualizar los vínculos que se generan por fuera de lo que la productividad supone. Entonces la memoria se vuelve un campo de creación en la que se puede explorar desde lo íntimo de las relaciones, que pueden ser subjetivas, pero que finalmente son significativas para entender cómo afectamos y nos afecta el espacio”, reflexiona Cristina, quien es artista y también ha trabajado sobre políticas del cuerpo.

La memoria, según Geografías personales, nos recuerda cómo fuimos afectados por el espacio, incluso físicamente, y cómo lo construimos. Pero esta idea de ciudad se construye sobre los afectos y las relaciones íntimas. “Esto es importante cuando pensamos en términos de lo político, pues he notado que muchas de las prácticas de defensa de territorio o de peleas contra la gentrificación se basan en las experiencias afectivas de la gente: aquí crecí, aquí iba al parque, aquí encontré una comunidad”, indica Carolina, cuyo laboratorio se expone en la muestra Mapear no es habitar, que se inauguró el pasado jueves, en Arte Actual de la Flacso. (I)

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