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El Telégrafo
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"El desarrollo supremo del ser humano está dado por el estudio de las artes"

Un grupo de profesionales jubilados le apuestan a la pintura para dar rienda suelta a su creatividad y así invertir positivamente su tiempo libre.
Un grupo de profesionales jubilados le apuestan a la pintura para dar rienda suelta a su creatividad y así invertir positivamente su tiempo libre.
Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
27 de marzo de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

En la avenida Río Amazonas hay ruido de tránsito vehicular pero, cerca de la calle Eloy Alfaro, un grupo de artistas se concentra con pinceles en las manos. El taller de pintura lleva el nombre de la avenida y congrega, 3 veces a la semana, a jubilados que reciben clases en grupos de 15 personas.

Hay abogados, docentes, secretarias, ingenieros y arquitectos entre los pintores emergentes, pero también están quienes retomaron la pintura después de algunos años porque sus profesiones le restaban tiempo al arte.

Édgar Córdova, exprofesor y contador público, atiende las preguntas de esta entrevista con traje formal, aunque no se ha puesto corbata.

Él preside el grupo del miércoles, que se distingue por el nombre ‘Pinceladas’, y fue elegido por sus miembros. Prefiere el óleo por su brillo y durabilidad, antes que la técnica acrílica o la acuarela, con la que empezó. Sobre las mesas del taller hay tazas de café y pasteles, saludos y risas. Estos artistas, a diferencia de otros, más célebres, no están acosados por las prisas.

Laura Borja sonríe tras sus lentes nacarados y ha capturado un colibrí en uno de sus cuadros, los cuales pinta desde hace casi dos décadas.

Ella recuerda que la semana pasada visitó una muestra pictórica del artista amazónico Ramón Piaguaje, a quien saludó porque admira los paisajes de sus cuadros.

Laurita, como la conocen sus compañeros, llegó al taller —que se mantiene con recursos del Seguro Social— para aprender a tocar piano, pero se integró al grupo de pintores de quien era profesora Cecilia Cisneros, una joven artista plástica que graduó en la Facultad de Artes de la Universidad Central y a quien reemplazó Gonzalo Endara Ruiz, que dejó su lugar a Ólguer Armas, el actual instructor.

El Colibrí que lleva la firma de Laura Borja —es un decir porque no le ha puesto su nombre— está parado sobre las ramas de un rosal, con las alas quietas, como en una fotografía imposible.

Además del gusto por la música y la pintura, Laura tiene afición por las letras. Inspirada en sus talleres y bajo el seudónimo Iris, escribió el poema ‘No importa el tiempo’, que inicia con los versos: “El impulso de ideales y aptitudes, / muchas veces, se detiene en el fondo / del ser, pero no se desvanece. / Espera la ansiada oportunidad de / expresarse, y cuando esta llega, / el hálito divino que lo acompaña / fluye, como el agua en la vertiente...” que recuerda al conversar con este medio.

Con una bufanda que combina con el color de sus ojos y pantalones, Consuelo Navas cuenta que empezó a pintar en cuanto se jubiló y lanza un comentario sobre el arte ecuatoriano: “hay artistas que están invisibilizados (...) Sería bueno que, a través de una política pública, se abra un espacio, un mercado para darlos a conocer. El desarrollo supremo del ser humano, dicen, no está dado tanto por lo tecnológico ni por lo académico sino por el estudio de las artes, que son la manifestación de su esencia”.

Los 45 artistas del taller Amazonas llevan sus propios materiales a los talleres: óleo, acuarela y lápices, así como el papel, y suelen salir para retratar el entorno natural.

Hace un año y medio que Flor Guadalupe Silva retomó los pinceles. Antes de jubilarse había pintado en cerámica, madera, tela e, incluso, hizo pirograbados en gamuza y artesanías. Ahora, incursiona en los bodegones, paisajes y flores al óleo y sus obras se han expuesto en el taller. “Han renovado este lugar y eso nos hace sentir mejor”, dice Flor Guadalupe, quien es madre de 4 hijos, uno de los cuales vive en Londres, Inglaterra, ciudad que visitará con sus cuadros que serán obsequios para sus 3 nietos y su nuera.

Algunos adultos mayores que pintan en este taller también van a otros de música, baile de salón y gimnasia. Miguel Ruano, un exfuncionario del Instituto Geográfico Militar, heredó los pinceles después de jubilarse. Su padre, José Ignacio Ruano, fue uno de los alumnos de la Escuela de Bellas Artes a quien veía frente a los cuadros pero no le siguió: prefirió los mapas de su profesión, ingeniero geógrafo.

El artista plástico Ólguer Armas lleva 9 meses como instructor, “son un grupo maravilloso”, dice antes de comentar que las 3 horas de taller suelen extenderse en las mañanas por el interés que generan. A la hora de definir sus clases, Ólguer habla de constructivismo, el cual le permite que las obras sean originales, no tanto réplicas ni productos que se parezcan a los suyos. Los talleristas empiezan dibujando bodegones para manejar formas, volúmenes y contrastes de luz y sombra. Luego, pintan paisajes para derivar, con rigor, en figuras humanas.

La composición, diseño e historia del arte son otras de las temáticas que se abordan; para estas se requieren materiales didácticos como figuras geométricas y un Infocus.

Erica Schoeneck es hija de migrantes alemanes, fue secretaria bilingüe y es pintora aficionada hace 30 años. Prefiere pintar paisajes del Centro Histórico, lagos y escenas en que aparecen indígenas.

“La pintura es una de las mejores formas de expresión del ser humano”, concluye. (I)    

Datos

Los talleres Amazonas reciben a 45 adultos mayores aficionados a la pintura cada semana. Son financiados por el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social.

Édgar Córdova pintó la réplica de una virgen mexicana y suele cantar boleros, pasillos y tangos junto a su esposa. Conserva sus cuadros en la sala de su domicilio, en Quito.

Édgar Padilla es un docente jubilado que regresó de un viaje por Europa. Visitó Barcelona, San Sebastián y Burgos (España); también fue a Berlín (Alemania), Ámsterdam (Holanda), Viena (Austria) y Venecia (Italia), que le llamaron la atención por su arquitectura.

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