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Dorado equinoccial, el mestizaje de la luz

El pintor costeño, amigo de Eduardo Kingman, tiene un diplomado en estudios culturales y es arquitecto.
El pintor costeño, amigo de Eduardo Kingman, tiene un diplomado en estudios culturales y es arquitecto.
Foto: Mario Egas / El Telégrafo
18 de octubre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

El pintor Pablo Cabrera Zambrano capta la luz ecuatorial en sus cuadros. Zaruma, en la provincia de El Oro, la tierra de su madre, y Machala marcaron el imaginario del artista al igual que la holandesa ciudad de Groninga, la francesa Clichy, la alemana Bremen y la española San Sebastián, donde se graduó y ha expuesto su obra.

La estética indígena andina es el núcleo dinámico de lo que Cabrera llama ‘cromática lumínica’, una condensación de la luz equinoccial que va más allá del ‘costumbrismo criollo’ y puede mirarse en cualquier parte del mundo.

La muestra Dorado equinoccial, que contiene 26 pinturas, se abrió al público en el hotel Casa San Marcos (Junín y Montúfar) el viernes pasado y estará allí hasta noviembre, luego de lo cual viajará a París, Francia y Beijing, China.

“Hay un mundo por decirse”, sostiene Cabrera, tratando de alejarse del chauvinismo y los prejuicios para explicar su estética desde lo científico en la modernidad, “esa época de las promesas incumplidas frente a su período de superaciones ficticias, la posmodernidad”.

Los trazos, en el método del pintor ecuatoriano, han sido desplazados por el fluir del agua-tinta sobre soportes como el finísimo papel de arroz. Su idea es representar saberes como el que hace verosímil aquella frase de “oler la lluvia”, una forma de interacción que va desde lo comunitario, natural y social hasta lo psicológico y médico.

“No se trata de crear otro modelo dominante, sino de expresar cosas de una manera distinta, que pueda estar al nivel de otros saberes que han adquirido, en un momento determinado, el carácter de ciencia”.

La gracia de lo inacabado

La tesis de Pablo Cabrera, que tejió en torno a su ‘cromática lumínica’, tiene desperdigadas, como testimonios latentes, un puñado de obras en colecciones privadas de Japón, Australia, Suecia, Inglaterra, Alemania, Francia, Holanda y Ecuador.

“Quien diga que tiene una obra acabada está lejos del proceso de aprendizaje, de lo que es la vida y el arte”, dice el pintor, cuya muestra en Quito pone en tela de debate, reflejándolas, las identidades, su búsqueda y una evolución estética que no tendrá un punto final.

Uno de los cuadros contiene siete capas de pintura con ensambles que se hicieron raspando la superficie sin que se pierda la luminosidad.

La delicadeza del papel de arroz hace que la técnica habitual de la acuarela, con dibujos a lápiz que le preceden, cambie. El pincel es lo primero y las manchas de pintura van haciendo formas a través de la humedad. Ese proceso dura de 5 a 10 minutos, cuenta Cabrera.

La sombra de un pintor mayor

El artista Eduardo Kingman ‘apadrinó’ la primera exposición profesional de Pablo Cabrera, en 1987. Desde entonces, el segundo pintor ha realizado 29 exposiciones nacionales individuales, 76 colectivas nacionales, tres individuales y 24 colectivas a escala internacional.

El padre de Kingman y el bisabuelo de Cabrera aparecen en una fotografía blanquinegra, sobre dos caballos, en la entrada a una mina de oro en Zaruma. Es la escena en que ambas familias empezaron a ser cercanas, cuando ninguno de los dos ancestros sabían que su hijo y su bisnieto iban a ser pintores.

En la galería, cerca de un anticuario con piezas representativas del período republicano y obras de arte contemporáneo de la Casa San Marcos, Cabrera expone una serie de imágenes lúdicas y mágicas que se erigen como un oasis de recuerdos entre la lluvia que estos días hace más gris al Centro Histórico.

Los personajes y objetos que contienen las 26 obras se mantienen flotantes entre la realidad y la fantasía a través de una “iconografía que emana del mundo imaginario y mítico de lo popular mestizo de los Andes, a través de un lenguaje simbólico que entrecruza el pasado y el presente, a partir de una manera casi onírica de ver la naturaleza y la sensibilidad ecuatoriana y de América Latina”.

La ‘sombra cero’ es la esencia de la exposición, al igual que de la obra del pintor que ha instaurado una reflexión sobre su entorno a través del uso del dorado. Cabrera dice: “Hay que dejar de pensar los saberes ancestrales andinos desde una visión chauvinista, mesiánica o folclorista; también el arte debe seguir esa dirección para internacionalizarse en lo contemporáneo”.

Para el artista, la dependencia, el carácter colonial de la mayoría de estéticas locales frente a los grandes centros globales del arte contemporáneo no permiten que las propuestas nacionales se difundan mejor.

Hay extranjeros, recuerda el pintor costeño, que exploran nuestra luz y la han adaptado a sus obras, “se las llevan como hizo Paul Gauguin con Thaití”. Hace una década, decidió que el papel, la tela, sus pinturas lumínicas y polvos de oro recrearían el entorno que mejor lo acoge, “con una estética que no es costumbrista ni folclorista”. (I)

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