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Entrevista

“Internet no acabará con la esencia del arte tigua, que es la tierra”

Alfredo Toaquiza, pintor ecuatoriano. Foto: Gorka Castillo.
Alfredo Toaquiza, pintor ecuatoriano. Foto: Gorka Castillo.
05 de octubre de 2015 - 00:00 - Gorka Castillo. Correponsal en España

En su comunidad Tigua, a los pies del Chimborazo, siempre hubo alguien que observaba el paisaje. Todo tenía un fin: pintar algún día el vuelo del cóndor. Esos ojos eran los de la familia Toaquiza. Julio fue quien transportó a su hijo Alfredo aquella mirada, como cumpliendo un servicio cultural con la historia del pueblo kichwa.

Alfredo tiene ahora 42 años y acaba de presentar en el Museo Nacional de Antropología de Madrid una exposición magistral de 52 piezas de arte tigua excepcional, el foco principal de la mirada, el oído y el sentido común de una cultura que habla el lenguaje de la tierra.

Así que cuando se pregunta a Alfredo algo sobre su obra, da la sensación de que es toda la comunidad ecuatoriana e indígena la que contesta. En Tigua, la vida de los habitantes está relacionada con la pintura, no hay casa en la que por lo menos uno de sus miembros pinte.

Lo más admirable es que los artistas han decidido quedarse junto a la Pachamama y no les importa cerrar por horas su galería para dedicarse a sus labores ancestrales.

¿Es la primera vez que trae su colección de arte tigua a España?

Sí. Siempre he tenido el sueño de traer mis obras a la cultura occidental. Tras varias reuniones, al fin pudimos exponer una selección del arte que se realiza en mi comunidad y para nosotros es un orgullo que el público español pueda disfrutar hasta el 17 de enero de 30 cuadros, 20 máscaras y dos tambores hechos con la mirada, pero desde el corazón indígena.

¿Cómo se ha recibido aquí, con las connotaciones pragmáticas de la cultura occidental, el realismo mágico que encierra un arte como el suyo?

Son culturas diferentes procedentes de otra manera de vivir y de pensar. Pero ahí está la importancia de traer esta colección. Nosotros tenemos una relación distinta con la naturaleza, con la familia, con la cosecha, que la que tiene la gente de la ciudad. Creo que al contemplar los cuadros se puede sacar una experiencia sobre el respeto que merece la tierra, las cosas que nos obsequia, frente a la visión que ahora tiene el mundo de explotar y de contaminar el entorno. Creo que la gente de la ciudad aprecia mucho esta manera de expresión artística porque lo ven como un acto revolucionario de retorno a sus orígenes, al campo, a la tierra.

Usted heredó de su padre un legado artístico y una sensibilidad especial para representar una cultura milenaria. ¿Resulta más difícil trasladar hoy, en la era de internet, esta herencia a las nuevas generaciones de su comunidad?

Efectivamente, observo cómo los jóvenes de mi pueblo empiezan a acoplar las nuevas tecnologías a este arte que mi padre inventó. El resultado que comenzamos a ver es algo diferente a lo que yo hago. La influencia de los grandes medios de comunicación es enorme. Tanto en la técnica como en la expresión, pero mantienen elementos comunes, como es la vida en comunidad, la tierra. Internet no acabará con la esencia de nuestro arte.

¿Qué ventajas observa para la creación artística entre la vida comunitaria tradicional y la que ofrecen sociedades tan frenéticas como la que hoy dominan en las grandes ciudades?

Efectivamente existen muchas diferencias. Nuestra vida es comunitaria y esto nos permite unirnos más, estrechar lazos fundamentales para cualquier manifestación cultural. Hablamos más, nos preocupamos más de los problemas del otro y los sueños. Eso fortalece a una cultura como la nuestra, la kichwa.

¿Sería impensable, para usted, trasladar su estudio a una ciudad como Quito, Guayaquil o la misma Madrid?

Yo viví en Quito muchos años. La conozco, entiendo cómo respira, como siente, qué piensa y añora. Pero tuve que regresar. Fue en el año 2000. Ni siquiera quise estar en la comunidad Tigua sino que subí a mi pueblo, a mis raíces. Algún vecino me pregunta por qué no vivo en la ciudad al tener posibilidades de hacerlo, pero siempre me niego. Prefiero el contacto con los mayores, con su sabiduría a la hora de interpretar el mundo. Escucharles me hace feliz y yo lo traslado a la pintura.

¿Qué futuro augura al arte tigua en estos momentos de zozobra universal?

Hubo momentos de mucha dificultad para exponer y transmitirlo. Pero comienzan a surgir iniciativas, como esta del Museo de Antropología de Madrid y otras similares en Ecuador, que sirven para difundir nuestra cultura. Ya somos unos 300 pintores dedicados a mantener vivo el arte tigua. Poco a poco, los jóvenes de la comunidad están volviendo a admirar esta forma de plasmar la realidad. Esto garantiza el futuro de nuestra cultura. (F)

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