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"Hay que pensar la danza como resonante"

El pasado sábado se mostró el trabajo final de la residencia con los 10 bailarines participantes. Además, Ocampo estrenó un solo en la ciudad.
El pasado sábado se mostró el trabajo final de la residencia con los 10 bailarines participantes. Además, Ocampo estrenó un solo en la ciudad.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
10 de agosto de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Jenny Ocampo desarrolla en el trabajo escénico de Anhelo para un solo el desenlace de un migrante que no pertenece a ningún punto exacto sobre el territorio que habita, o tal vez está en todos ellos, al igual que las posibilidades infinitas de moverse que existen en la danza, en su relación con el grupo humano del que se rodea el bailarín.

El trabajo de danza que presentó Ocampo el pasado sábado en La Fábrica, junto a la muestra de residencia con 10 alumnos en el marco del proyecto Geografías Íntimas, fue tal vez la “más agresiva de las propuestas, la más arriesgada” que hasta ahora ha tenido el encuentro, de acuerdo a Nathalie Elghoul, directora del espacio.

Ocampo es caleña, pero reside en Berlín hace 16 años. Fue educada en la danza a través de la formalidad del ballet europeo, en la escuela moderna que fija el trabajo de la alemana Pina Bausch. Sin embargo,  dejó las formalidades en 2009 e inició un trabajo corpóreo que parte de la improvisación y la instantaneidad. Este es un método en el que el bailarín se expone y genera movimientos a partir del reconocimiento de sus impulsos y la paciencia.

Tanto en la muestra de residencia como en su trabajo individual no hubo ningún movimiento coreografiado. “El arte de componer en el momento requiere apertura, pues venimos de una tradición de danza en la que todo está estructurado, esquematizado, aprendemos técnicas que no nos pertenecen. En este trabajo cada quien crea su propio movimiento a partir de impulsos, estados, temas u objetivos. Cada quien va creando su propio lenguaje de movimiento a partir de la relación que tienen con su cuerpo. Esto hace que esta relación se profundice”, dice Ocampo.

Cristian Aguilera, guayaquileño, actor y alejado del trabajo grupal desde que dejó la Academia, considera como residente que “la composición instantánea está sujeta a un trabajo del cuerpo y la mente. Trabajar imágenes precisas, no pensar en la imagen que se va a conformar, hay que tener apertura para observar el espacio y enfocarse en el otro sin que eso reste individualidad. Es dejar que el cuerpo se mueva libremente. Cuando comienza el movimiento paras, respiras y, en un tercer impulso, encuentras la continuidad”.

Omar Aguirre, otro guayaquileño y bailarín contemporáneo, sintió la frustración de estar atado a la técnica, a la formalidad aprehendida y, a veces, no poder encontrar un nuevo movimiento.

Considera que el trabajo con Ocampo a través del espacio, el tiempo y la musicalidad, tanto individual como colectiva, permite “afinar la escucha, no casarte con una estética.

Para un bailarín toma mucho más tiempo salir de la formalidad porque el movimiento se vuelve más orgánico. Tienes que dejar  las recetas que a veces sirven para llamar la atención y satisfacerte encontrando nuevas posibilidades. Sorprenderte”.

Para Ocampo “no se puede pensar en la danza como un microcosmos, sino en algo que se expanda y tiene  resonancia. Se lo puede hacer con este tipo de procesos, del trabajo colectivo y la enseñanza”. (I)

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