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Entrevista / esteban mayorga / escritor ecuatoriano

Esteban Mayorga explora los límites de la escritura

Foto: Cortesía
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10 de septiembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Esteban Mayorga (Quito, 1977) presentó a finales de junio su último libro, Moscow, Idaho (Sudaquia, 2015), su primera novela larga. El desafío fue escribir en más de 350 páginas cómo cambia el paisaje de un pueblo ‘infame’ de Estados Unidos. El protagonista podría ser él mismo, pues se trata de un ecuatoriano expatriado que viaja a hacer un doctorado por ocho años. Parte del paisaje es constatar que puede terminar la batalla académica. El personaje, como Mayorga, busca explorar tras los límites. Con esta obra, su autor empieza a salir de las celdas que lo atraen.

Mayorga vive en estancia prolongada en Estados Unidos. Después de terminar su doctorado en Literatura Latinoamericana especializada en Literatura de Viajes se mudó a Niagara Falls y es profesor de en Niagara University. Su diáspora empezó en Idaho, ese territorio al que llama ‘infame’. Fuera de Ecuador, ganó dos premios nacionales: el Pablo Palacio de Novela y el Gallegos Lara. El Ministerio de Cultura publicó su novela corta Vita Frunis y otras editoriales locales publicaron Musculosamente (Antropófago, 2012) y Un cuento violento (El Conejo, 2007). Aun así, en el país solo se encuentran dos de sus libros en stock, en Librería Rayuela. Su última publicación está en Amazon.

Viajó a Estados Unidos para iniciar una maestría. Publica con editoriales de allá y su entorno literario se combina con el académico. Desde estas perspectivas, ¿cuál es el interés por la literatura ecuatoriana desde fuera?

Creo que ser ecuatoriano desde el interés internacional en el ámbito del mercadeo definitivamente no es una especie de promoción, no hay un interés verdadero del mercadeo y, en ese sentido, es muy difícil publicar fuera.

Desde el punto de vista académico, siempre ha habido y habrá interés, especialmente en ciertos grupos. Desde quien escribe, hay dos puntos de vista. Está el solipsista, que es el autor que ve la identidad ecuatoriana como nada, como algo azaroso. Luego, está la gente que cree que ser ecuatoriano es lo más importante. Pero desde fuera la literatura ecuatoriana tiene nichos: en Cuba les interesa bastante, también en lugares de EE.UU., en Perú. En Colombia es más complicado, en España la gente busca la literatura que sea más migratoria. Yo me identifico con la perspectiva solipsista porque es más fecunda para el autor. Pienso la escritura desde mí mismo, desde el individuo. Si mis preocupaciones coinciden con las de la colectividad bien, si no, también.

¿Cuáles son esas preocupaciones?

Estoy fascinado con un lenguaje, con una especie de estética que se burla del lector y que al mismo tiempo no lo hace. Camina por ambos senderos; es decir: parece que te está tomando el pelo, que te está narrando algo como de chiste, pero las cosas que te está diciendo son superserias y profundas, sobre las cuales no se puede bromear. Por ejemplo, que alguien te cuente un chiste de la dictadura.

¿Una forma de hacer humor negro?

Es un humor negro preocupado por la estética. Por ejemplo, Robert Walser escribe de una forma poética, lo cual camufla el hecho que sea humor. Por ahí va la cosa.

¿Cómo va modificando esa estética de acuerdo a los temas que escoger narrar?

Un cuento violento (premio Gallegos Lara) tiene cuentos muy cortos y es supernegro, superoscuro, está escrito con humor coloquial y gran velocidad y creo que era una especie de borrador y ya no me gusta tanto.

En Vita Frunis (premio Pablo Palacio) la novela no tiene restricción de nada, es fuerte y fue una forma de enfrentar el límite para escribir. Cuenta todo sobre la vida de un adolescente. Tiene un montón de sexo, drogas y cuando iba escribiendo no dejé nada fuera, inserté todo, hasta los detalles más horribles con este humor. En cambio, Moscow, Idaho es superaburrida, es tan aburrida que a nadie le gusta. Traté de encontrar un tema que no sea la violencia, el trago, las drogas y me puse como reto escribir sobre un paisaje en 350 páginas. Veo algo vacío que parece que se va a llenar y nunca se llena. Por ahí hay una exploración un poco diferente. El paisaje no es Ecuador, pero el personaje sí es ecuatoriano.

¿La ficción siempre es su materia prima?

Cuando uno escribe, siempre hace una representación. Es iluso eso de tener una opinión de lo real porque está mediado por un montón de otras cosas. Todo es ficción, desde mi punto de vista, y no creo que sea inválido escribir prosa realista. Los principales referentes de la literatura siempre van a ser una especie de geografía literaria de ficción. Porque creo que no hay nada que te enseñe mejor la técnica, lo que la escritura puede resistir, aguantar o hacer. La crónica es solo una de las cositas que la escritura puede hacer. Pero si lees ficción, lees poesía, lees todas las cosas que hay, ves todo lo que puede hacer la escritura. La literatura es indestructible. La crónica ahora está de moda y a los periodistas les encanta decir que es lo mejor que se está haciendo; eso, para mí, es totalmente falso. La crónica es un género superveloz y, por otro lado, no quiero decir que sea fácil, pero hay una cierta pretensión de alguna gente respecto a que se puede escribir una crónica al tiro, en uno o tres días y ya está. No. La escritura tiene que ser pulida, debes tener un montón de cosas. Para mí, ficción total.

Parece tener mucha influencia de la literatura norteamericana, ¿qué tanto explora su escritura a partir de esas lecturas?

Es el género mainstream, los gringos todavía creen en la economía verbal y en la transparencia del lenguaje, aunque son conscientes de que eso ya no existe, pero todavía creen que así se tiene que escribir. Entonces, claro, la literatura gringa tiene fácil consumo, lo cual no quiere decir que sea mala o poco profunda. Eso es algo que en Latinoamérica nos falta un montón, porque todos los libros latinoamericanos considerados serios y buenos son difíciles de leer. Son superintelectuales, hay un montón de referencias. Por eso es que Bolaño es tan popular porque se lee con relativa facilidad. A mí la literatura gringa me encanta, lo malo es la obsesión por tener agente y el número de libros que vende. Es porque el mercado se maneja acá, no hay concursos de libros, hay agentes literarios y ventas salvajes de marketing. Pero claro, los libros que venden mucho hacen que se puedan publicar los libros que se venden poco.

En una entrevista con Eduardo Varas, decía que hay que arriesgarse a hacer cosas difíciles porque el que no se acuerda es un mueble, ¿a qué se refiere entonces esa experimentación?

Yo me contradigo en todas las entrevistas. Lo decía en cuanto al riesgo. Una es la obsesión de escribir la novela tradicional, perfecta, es superformal, es una obsesión del siglo XIX. El otro polo es el de la experimentación sin reflexión, porque sí, porque es chévere. Entre esos dos polos hay que arriesgar un poco más, tanto los tradicionales como los que copian sin reflexión la vanguardia. Hacen falta autores que no piensen en el país al escribir, o que no piensen en su forma de ‘marquetearse’, hace falta gente que escriba como si estuviera muerta, que no esté atada a nada. Obvio, estás atado a un montón de cosas, pero hay que pensarlo en el sentido contrario. Cosas arriesgadas en Guayaquil hay muchísimas, como La Novela de Dios, de Ernesto Carrión.

Ese es un libro superarriesgado, es casi ilegible, pero es superparticular, y claro, está en poesía, y en ese terreno todo es arriesgado. También hay un libro de Jorge Izquierdo que se llama Autogol, que nadie lee porque no se publica. Y hay libros que no son arriesgados, como el último de Juan Pablo Castro, que está bien escrito pero, a mi juicio, no aporta con nada. No trae el nivel de riesgo que yo quiero, no hay una búsqueda particular desde el momento en que hace su epígrafe en alusión a la obra de Javier Vásconez. Para mí, no hay que seguir una fórmula que otro ya empezó porque está bien y funciona, pero claro, cada uno hace lo que quiere.

¿Eso es producto de la consagración excesiva a determinados escritores?

Pensar que el objetivo es llegar a ser consagrado es una ilusión obsesiva. También creo que es terrible para los artistas ecuatorianos pensar que nunca va a haber suficiente reconocimiento porque somos un país chiquito y otras tantas cosas. Eso es absurdo, te quita energía, te quita tiempo, te obsesiona, es la última preocupación de todas. No tiene que haber reconocimiento. Nicanor Parra dice que el primer paso de una obra maestra, o de alguien que escribe bien, es pasar totalmente desapercibido. Es lo peor endiosar a alguien muy joven, porque condiciona el resto de su obra. No tiene nada que ver con lo que hacemos. Escribir es algo supersolitario. (I)

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