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La literatura nacional gustó más que la foránea

La literatura nacional gustó más que la foránea
22 de diciembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Hay libros actuales que se convierten en imprescindibles para la biblioteca de un lector, pero también los hay cuyas páginas pasan con más pena que gloria.
Este año 2016 no es la excepción y los llamados a dar testimonio de esa degustación son aquellos que, ya porque escriben, ya porque leen, ya porque editan, tienen un contacto íntimo con textos.

Luis Carlos Mussó

Este poeta y narrador guayaquileño tiene sus preferencias del año.

“Creo que Altanoche, una obra de Andrés Cadena es, con mucho, lo mejor que he leído en narrativa de corto aliento en el país. Hay un manejo de los ritmos que deja un sabor de boca a expectativa, a brindar y hacer fintas al lector”.

De igual manera, el autor de Propagación de la noche y El libro del sosiego resalta a Dar piel, de Jean Luc Nancy, “un esfuerzo ecuatoriano de Cristina Burneo, Ruth Gordillo, Norman González y Ruth Román. Es una valiente apuesta (en nuestro medio) que dialoga con el filósofo en cuanto al tema del cuerpo”.

Mónica Ojeda

Guayaquileña nacida en 1988, ella misma es motivo de exaltación este año de la crítica literaria por su obra Nefando, pero, al margen de esta situación, también ha elegido sus lecturas preferidas de 2016.

“Diría que mis favoritos (nacionales) fueron: Registro de la habitada, de Andrea Crespo, por ser un poemario que se atreve a experimentar con distintos discursos y que explora los límites entre cuerpo y palabra. Como un caracol nocturno en un rectángulo de hielo, de Ernesto Carrión, porque decide nadar en los pozos de la depresión y la locura a través de la poesía. Pararrayos,  de Daniela Alcívar, por ser un libro de ensayos brillante, lleno de creatividad y de rigor”.

Jorge Dávila Vázquez

El autor cuencano que recibió este año el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo prepara una novela corta, clasificando sus preferencias textuales de esta manera:

“Este año me he dedicado fundamentalmente a la literatura nacional. De todo lo que se ha publicado en el país, para mí, lo mejor es El perpetuo exiliado, de Raúl Vallejo Corral. Ningún escritor ecuatoriano ha tomado la figura de una persona tan importante para Ecuador como Vallejo, con una seriedad y profundidad tan enorme. Se trata de un análisis político fuerte, pero sobre todo de una ficción que hace hincapié en la vejez, en la soledad, en el amor, tan intenso entre José María Velasco Ibarra y Corina Parral. Para mí es un libro fascinante”.

Otro de los fundamentales de este año para Dávila es Los nombres ocultos, de Diego Araujo Sánchez.

“Es un libro también sobre el mismo personaje, centrado en la muerte de un chofer de Velasco Ibarra. Está muy bien escrito, con la agilidad del periodista y la profundidad del ensayista que es Diego Araujo. De los extranjeros destaco a Fiebre de invierno, de la cubana Marilyn Bobes, que está bellamente escrita, muy bien tratada y que también habla de la soledad”.

Augusto Rodríguez

Organizador desde hace 10 años del Festival de Poesía Internacional Ileana Espinel Cedeño y finalista este año del Premio de Novela Herralde con su obra breve El fin de la familia, el poeta Augusto Rodríguez prefiere recomendar a Nefando, de Mónica Ojeda, El jardinero de los Rolling Stones, de Luis Alberto Bravo, y El espíritu de la ciencia ficción, del desaparecido autor chileno Roberto Bolaño.

Del último de los nombrados señala que “Bolaño siempre es interesante, y en esta obra uno puede ver qué es lo que vendrá después; es decir, funciona como una especie de vaticinio de sus obras posteriores. Allí aparecen algunos personajes que luego se convertirían en importantes en algunas de sus obras. Lo interesante de esta obra es que no habla para nada de la ciencia ficción, sino que hace una crítica editorial”.

Aunque admite que no lo ha terminado de leer, lo que ha leído, en especial su crítica a los talleres literarios, lo tiene complacido, ya que el escritor chileno ahonda en aquello que llama la competencia por los premios literarios, la cual, en muchas ocasiones, se mide según los galardones ganados.

César Chávez

Él es bibliotecario del Centro Cultural Benjamín Carrión, de la Municipalidad quiteña, y, por tanto, se trata de tú a tú con los libros.

“Yo sí quisiera resaltar más el lado nacional, porque los extranjeros a veces no llegan o nos llegan tardíamente. De estos últimos destaco el segundo volumen de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, que es su autobiografía trabajada a través de estos periódicos. Primero resalto que hay una conciencia muy clara de lo que es el sentido de la creación literaria. Va asumiendo, a través de las lecturas que va haciendo, una tradición latinoamericana.

Chávez nombra también Un largo sábado, que es una entrevista a George Steiner, “uno de los más grandes ensayistas de la época contemporánea, de origen judío”.

“Hay allí, en cambio, una conciencia del sentido humanista. Me parece que a veces nos vamos olvidando de que hay una necesidad de reivindicar el lado humanista de la cultura. Eso, me parece, son dos de lo mejor que se ha publicado”.

En cuanto a la producción nacional, considera que lo mejor que ha leído son tres libros: los ensayos de Daniela Alcívar Belollio, Pararrayos, en donde hay un renacer del pensamiento analítico, del sentido de preguntarnos, de plantear cosas, de abrir caminos, tanto en el plano literario como en el personal. Se trata de un ensayo abierto libre, otra cosa. No digo que no sea académica, pero hay allí un placer del sentido de búsqueda”.  

Otro libro que menciona es Altanoche, de Andrés Cadena, ganador este año del premio de cuentos Joaquín Gallegos Lara.

“Lo interesante de esta obra es que podemos hallar a un escritor con una voz madura, que ya está establecida en lo que quiere contar. Es un libro que abre puertas sobre las nuevas estéticas que se están viendo. Me parece que eso rescata Andrés Cadena en sus cuentos”.

Finalmente menciona a Nefando, de Mónica Ojeda, libro del que destaca su buena escritura y “su búsqueda audaz acerca de  ciertos temas brutales y hasta abyectos, pero tratados estéticamente. Otro libro interesante es Los hoteles del silencio, de Javier Vásconez, pero me quedo con el de Ojeda”. (I)

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