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Vivir el duelo es vital para el ser humano

Cada persona reacciona de manera diferente al recibir la noticia de la muerte de un ser querido.
Cada persona reacciona de manera diferente al recibir la noticia de la muerte de un ser querido.
01 de noviembre de 2015 - 00:00 - Andrea Rodríguez Burbano

Es una experiencia tan devastadora que solo quienes la han vivido saben cómo golpea y lastima. La muerte de un ser querido es un hecho irremediable y nos empuja a un duelo para el que nadie está preparado. En realidad, nadie sabe cómo reaccionará ante una pérdida hasta que no la vive.

Dicen que el duelo es personal, pero, sobre todo, intransferible. Cada persona lo asume de diferente manera.

Los psicólogos coinciden al indicar que el duelo nunca se cura; dura toda la vida, pero es necesario asimilar la pérdida y, principalmente, aprender a convivir con la tristeza.

En el libro La pérdida de un ser querido. Un viaje dentro de la vida, del teólogo Arnaldo Pangrazzi, doctor en teología y miembro del Instituto de Teología Pastoral en Roma, el mayor reto ante un duelo es precisamente la aceptación. “Es necesario reconciliarse con la pérdida y aprender a vivir en paz”. Para Pangrazzi la comunicación es clave para lograr la aceptación y de alguna forma es preciso buscar el espacio para comunicar el dolor. No es suficiente con aprender a decir adiós, dice él, sino mantenerse abierto a la vida que nos reclama cada día y a toda hora. De ahí que, cuando una persona se sume en la tristeza que conlleva su nueva situación, cuando después de un tiempo prudencial no es capaz de abrirse a su mundo cotidiano y reencontrar motivos para seguir

viviendo, corre el riesgo de quedar sumida en un estado de depresión prolongado. Según el diario español ABC, 5 de cada 100 personas que pierden a un ser querido presentan síntomas graves de duelo patológico. Para la mayoría de psiquiatras, un duelo normal se asocia a síntomas de tristeza que no son incapacitantes y duran semanas o meses, pero cuando las circunstancias han sido especiales —muerte inesperada o por enfermedad terminal dolorosa y de larga duración)— la persona puede presentar una relación de gran dependencia hacia el fallecido y puede experimentar un duelo patológico que se caracteriza por mayor duración de los síntomas de tristeza.

El duelo, según lo describen los especialistas, es un proceso adaptativo normal ante una pérdida que tiene consecuencias psicológicas, biológicas y sociales. Además, es considerado uno de los procesos más estresantes que debe afrontar el ser humano. El estrés al que está sometida una persona cuando pierde a un ser querido incluso está asociado a cambios en la actividad de las células denominadas natural killer, cuya traducción es célula asesina natural, descrita como un tipo de glóbulo blanco de la sangre que actúa en el sistema inmunológico como primera línea de defensa contra agentes invasores: tumores, bacterias y virus. Varios estudios han demostrado que la tristeza prolongada perjudica la función de las células asesinas naturales y exponen a las personas a una serie de enfermedades.

No es suficiente con aprender a decir adiós, sino mantenerse abierto a la vida que nos reclama cada día y a toda hora.

Mantener el contacto con el ser amado

La mayor parte de las personas que han perdido a alguien importante en sus vidas revelan la necesidad de mantener vivo el contacto con esta. Quizá por esta razón, los rituales y las ceremonias propias de cada cultura facilitan esta conexión. Cada cultura vive el duelo de distintas maneras. De ahí que, la celebración de los ritos funerarios está condicionada por el tipo de creencias religiosas y su sentido sobre la muerte. Se cree que las ofrendas a las personas fallecidas comenzó a gestarse en China o Egipto, continuándolas los árabes allá por el siglo VIII. Más tarde, el arte de ofrendar a los muertos fue importado por los moros de la Península Ibérica.

El modo como enfrentamos la muerte y cómo se aborda el duelo está relacionada con la cultura. Durante mucho tiempo, ha sido una celebración excepcional en diversas culturas y se constituyó en un momento único para expresar solidaridad de grupo.

Los rituales funerarios, como lo advierte el libro Manejo del Duelo, han sido asociados, desde la antigüedad, como medio para certificar la muerte, ya que luego de un tiempo se asimila que alguien murió en realidad. De alguna manera, los rituales funerarios han servido en las diferentes culturas, para facilitar la adaptación de los vivos a una nueva realidad.

Los funerales se convierten así en uno de los rituales más abordados por los antropólogos, pues representan la cosmovisión de diferentes culturas.

La cultura Valdivia, por ejemplo, presenta un sistema de entierros en que se demuestra el especial interés que le ponían a estos, con características propias y demostración de respeto hacia el difunto.

Los entierros, en muchos casos, se realizaban en las mismas viviendas; aún se desconoce si después de ello la vivienda era o no abandonada. Otro rito que se practicaba era el entierro de los niños en vasijas de cerámica.

Leonardo Zaldumbide Rueda, PhD en Historia por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, y especialista en cultura funeraria, explica que el duelo es un proceso comunitario, cultural y mental que hace que la persona difunta pase de ser una persona con la que estuvo en contacto a convertirse en un ancestro. “El duelo sirve para romper ese lazo que nos vincula socialmente con el difunto hasta convertirlo en un ancestro. Además, permite que los deudos, los amigos del difunto se vuelvan a integrar a la sociedad de manera sana”.

Por eso, el duelo no solo es necesario, sino deseable.

Según Zaldumbide, el duelo es una institución que se ha transformado continuamente. “No es lo mismo un duelo popular que uno que es propio de altos estratos sociales”.

Así, por ejemplo, en la comunidad de La Merced, cerca de Quito, todavía se conservan muchas tradiciones ancestrales que una persona que habita en la ciudad quizá no podría entender. Cuando alguien ha fallecido, en la comunidad de La Merced se esconde un borrego para que los miembros de la familia lo encuentren. Se trata de un experiencia lúdica, donde los familiares no dejan de llorar al difunto. “Esto nos habla de una muerte comunitaria que cada vez se va perdiendo, porque, poco a poco, se está convirtiendo en una muerte individualizada, sobre todo, en las grandes ciudades”.

De hecho, en un proceso de duelo es muy importante cómo la colectividad ayuda a los deudos. La comunidad, en definitiva, cumple una función específica: aliviar el dolor de la familia. En las comunidades afroesmeraldeñas también se mantienen los chigualos, la ceremonia fúnebre o de velación del cadáver de un niño.

Algunos también lo denominan velorio de un angelito, angelito bailao o muerto-alegre.

Este ritual está acompañado de música, cantos y baile, pues se despide con alegría a un infante fallecido.

De acuerdo con las creencias culturales y religiosas, se considera que un niño fallecido llegará al reino de los cielos, porque a su temprana edad se ha marchado de la tierra sin cometer pecado alguno.

En el mundo indígena

Todas las culturas tienen una particular visión de la muerte. Sobre este tema, Enrique Cachiguango, filósofo indígena y especialista en cosmovisión andina, indica que en Los Andes no existe la muerte, porque esta es concebida solo como un paso hacia otra forma de vida. “Para nosotros, los muertos no solo no están muertos, sino que están vivos y continúan viviendo. Son copartícipes de nuestro diario vivir y nos ayudan a sobrellevar la vida”.

El duelo —dice él— siempre será doloroso para el familiar, pero para las comunidades andinas está claro que el difunto no debe irse triste. “Es necesario que se vaya contento. En Otavalo, cuando los mayores mueren, se organizan juegos tradicionales que son graciosos y hacen reír mucho en el velorio de cuerpo presente. Cuando los que han fallecido son niños y personas solteras bailamos con música para que se vayan contentos. No es una fiesta, sino una celebración”.

Uno de los aspectos que pueden dificultar el proceso de duelo es la ausencia del entierro tradicional y de rituales de duelo bien desarrollados, porque según los antropólogos estos rituales ayudaban a las personas a realizar el duelo, proporcionándoles una estructura socialmente aceptada en la cual podían dirigir temporalmente toda su atención hacia el difunto.

¿Estamos preparados para asumir el duelo?

Leonardo Zaldumbide indica que, en general, la sociedad actual no está preparada para afrontar la muerte. Es más, a menudo, se trata de no hablar de ella, porque es algo que se rechaza, que se esconde. En realidad, las personas, durante el transcurso de su vida, organizan bodas, bautizos y comuniones, pero no se acuerdan de la muerte.

Obviar este momento ineludible en nuestra cronología es una grave equivocación. Según un estudio desarrollado por Alba Payàs, autora del libro Las tareas del duelo, toda la sociedad en general empuja a una negación de la pérdida, del sufrimiento y hace que las personas no tengamos experiencia en la forma de gestionar este tipo de emociones tan intensas. “Es algo que nos deberían enseñar incluso desde la escuela”.

Páyas sostiene que al recibir la noticia de la muerte cada persona reacciona de manera diferente, conforme a su mundo emocional. Unas lloran, gritan, otras parecen pasivas, en estado de shock y algunas lo aceptan y asimilan de manera progresiva

“Esto no quiere decir que quien más llore y grite sienta más la pérdida que quien sufre en silencio. Muchas personas sufren por no haberlo salvado o por no haberse podido despedir del ser querido”.

Por otro lado, las reacciones extremas, como bloqueo, sensación de culpa, depresión y falta de concentración pueden durar hasta 3 semanas, más allá se considera un problema patológico que debería ser tratado por los especialistas. Uno de los principales riesgos del duelo, como lo señala el diario español La Vanguardia es aislarse, encerrar el dolor y no hablar de lo que a uno le pasa.

Compartir con los demás permite expresar las emociones y con ello se facilita una construcción más adaptada de la historia de pérdida. El dolor no expresado hace daño, incluso físicamente la persona se va consumiendo.

Vestirse de negro

Lo que denominamos luto, como expresión de afrontar el fallecimiento de un ser querido, no ha respondido siempre a los mismos patrones estéticos. El color negro, referente en las culturas occidentales, se remonta a la república romana.

Fue en el siglo II cuando un decreto imperial estableció el blanco como color oficial del luto.

Hasta entonces, según lo revela un artículo publicado en el diario español ABC, el negro era el color que predominaba en la despedida a los difuntos, ya que era el color de la conocida como toga pulla.

El uso del color blanco, que se extendió a partir del siglo II, fue el color habitual del luto en la Europa medieval. Este color es hoy día el color del luto en gran parte de países asiáticos y en muchos territorios del islam.

De acuerdo con los registros históricos, hay 2 acontecimientos que marcan el retorno al negro como color oficial del luto: en España, la muerte del príncipe Juan, en 1497, llevó a la aprobación por parte de los reyes católicos de la Pragmática de Luto y Cera, un conjunto de leyes en la que se recoge que, en el luto, la indumentaria debe ser negra.

El color negro, por lo general, no se relaciona al luto en todas las culturas, cada una tiene su color para manifestar el duelo por la muerte de un familiar. Esto se debe a que los colores nos afectan psicológicamente y nos producen determinadas sensaciones, que varían según la cultura.

ESPECIALISTA

“El duelo puede generar diferentes tipos de trastornos”

El duelo o el luto también está manejado por las áreas de salud mental. La pérdida de un ser querido nos puede generar un sintomatología muy parecida a la de los episodios depresivos. El duelo puede ocasionar trastornos en la esfera del sueño, en el apetito, pérdida de interés por las cosas que nos gustaba realizar. También hay desmotivación y desgano.

El duelo puede durar varias semanas o meses, todo dependerá del apego que se desarrolló hacia la persona que partió. Se ha visto que el luto es más intenso cuando se pierde a una madre o a un hijo. El luto tiene un curso normal de evolución. Es un acontecimiento de tristeza, un estímulo tan intenso que la única manera de mejorar esta sensación de abatimiento, desde el punto de vista del entorno, es vivir situaciones agradables y favorables alrededor de cada uno de nosotros. Es necesario que quienes lo rodean, lo atiendan.

Armando Camino, médico psiquiatra ecuatoriano

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