Hace poco más de un año llegaba a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump, conocido magnate y hombre de negocios. Ganó las elecciones del país más poderoso del mundo después de una campaña poco ortodoxa. Su triunfo fue contra pronósticos, pocos especialistas esperaban que el magnate venciera a la experimentada Hillary Clinton.
En este año de gestión el presidente americano se ha caracterizado por su “diarrea verbal”, esto es la capacidad de decir lo que piensa sin medir las consecuencias y escupir barbaridad tras barbaridad. El último ejemplo lo podemos situar en las declaraciones que se filtraron de una reunión en la que llamó “países de mierda” a Estados como Haití, El Salvador, Nicaragua y Sudán.
Almond y Verba acuñaron el término cultura política; con él se referían al conocimiento y orientación que una población tiene en relación a sus instituciones políticas. Cuando uno analiza la llegada de Trump al poder, con su discurso, con su ignorancia, con su xenofobia, con su machismo, rápidamente se pregunta: ¿Por qué el pueblo americano votó a un tipo con estas características? La respuesta tiene mucho que ver con una pobre cultura política del pueblo americano, además de un desgaste del modelo tradicional establecido en una de las democracias más antiguas del mundo.
Cuando analizamos el perfil medio del votante de Trump, observamos que es un ciudadano con bajo nivel académico, de zonas rurales, campesino, de clase media baja, que absorbió un discurso nacional populista, que evidencia ese escaso nivel de cultura política al que se refieren Almond y Verba.
No podemos cuestionar la elección de una parte del pueblo americano que decidió que su presidente fuera un tipo con las características de Donald Trump, pero debemos estar atentos a las consecuencias que esto puede llegar a tener, en relación a la propia democracia y entender el mensaje de reclamo que envía una parte del electorado, a ese poder tradicionalmente establecido. (O)
