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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

¿Traición o lealtad?

03 de febrero de 2018 - 00:00

La acusación de traición es frecuente en el mundo político, igual que en el afectivo. En ambos casos juzgar una traición se vuelve un tema complejo porque está plagado de matices. En la historia hay grandes traidores, desde Judas que por unos denarios vendió a su maestro, pasando por Bruto que conspiró contra Julio César, hasta llegar a Gorbachov, quien para unos fue un traidor al socialismo mientras para otros, un héroe.

Según el diccionario político de Rodrigo Borja, no hay traidores sino tránsfugas. Se trata de “la abjuración de una creencia política y la adopción de otra o, especialmente, el abandono por un afiliado de un partido político y el ingreso a otro. El transfugio forma parte del descenso de los niveles éticos y estéticos en la política”.

La felonía es aquella deslealtad en que incurre el siervo contra su amo. Las relaciones serviles precisan, para mantener su propia dominación, de lealtades personales rígidas. Para Dante, el peor de los pecados es la traición, en el último círculo del infierno es donde se queman los traidores que abusaron de la confianza de sus víctimas. Pero es Maquiavelo la voz autorizada para hablar de política en la modernidad, porque logra sutilmente separar la ética pública política de la ética privada, como se estudia en los primeros cursos de teoría política.

El florentino afirma “cuando un príncipe dotado de prudencia ve que su fidelidad en las promesas se convierte en perjuicio suyo y que las ocasiones que le determinaron a hacerlas no existen ya, no puede y aun no debe guardarlas a no ser que él consienta en perderse”.

En el país la palabra traición se ha convertido en la gran acusación que hace el expresidente Correa contra el actual presidente Moreno. Pero, nos preguntamos, ¿quién traiciona a quién? ¿Quién o qué merece lealtad? ¿Los individuos, los intereses de pocos, los intereses de muchos? ¿Qué se debe privilegiar? ¿La facción, el partido o la comunidad política más amplia?  

El caudillo autoritario siempre va a exigir férrea lealtad de sus seguidores; las configuraciones políticas despóticas basan su dominación en un ciego acatamiento para perpetuarse en el poder, cualquier cuestionamiento es tratado como traición y así se cierran filas frente a las críticas, mientras la lealtad se convierte en virtud. Por ello, más vale concluir con el poema de Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ todo es según el color del cristal con que se mira”. (O)

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