La fábula se repite en todas las culturas desde tiempos inmemoriales. En el entorno hispano fue recogida por Samaniego. Sinopsis: aburrido mientras apacienta sus corderos, un pastor grita: “–¡Lobo, lobo!”. Los labradores vecinos acuden alarmados para encontrar al muchacho partiéndose de risa a sus costillas. La pesada broma se repite y, cada vez, los labradores caen en el engaño. Al final, cuando el lobo aparece y despacha al rebaño entero, el pastorcillo se desgañita pidiendo ayuda, pero nadie acude.
La historia viene a colación ahora cuando el presidente Maduro denuncia por enésima vez una invasión de Estados Unidos a Venezuela, esta vez con el supuesto apoyo de Colombia. Ya en mayo de 2016, se había denunciado la invasión estadounidense, con respaldo de la OTAN. Antes, en febrero de 2014, otra invasión incluía la participación del portaviones nuclear Nimitz. Y así, un sinnúmero de ataques, “inminentes” en su momento, que nunca ocurrieron.
En toda fábula es la verosimilitud de su corolario la que la vuelve creíble como un teorema. Tantas han sido las muestras de intervencionismo militar de Estados Unidos en América Latina y el mundo, como incontables han sido las ocasiones en que un lobo hambriento ha diezmado un rebaño en las más variadas latitudes. Pero, mientras el zagal mentiroso lanzaba el grito por diversión, el régimen venezolano recurre a la supuesta invasión cada vez que necesita provocar una distracción de las sistemáticas vulneraciones de los derechos humanos en su país.
Hoy Maduro grita “lobo” frente a la reacción de la comunidad internacional por el adelanto al 22 de abril de las elecciones presidenciales en Venezuela, en las que no podrá participar ningún movimiento de oposición. La duda que se cierne es: ¿servirá el señuelo para desinflar la exigencia de que las elecciones sean aplazadas y se garantice una participación verdaderamente democrática de los venezolanos? Y, más concretamente: ¿se dejará el Ecuador arrastrar en el juego venezolano? (O)
