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El Telégrafo
 Atilio Borón

La vitalidad del chavismo

20 de octubre de 2017 - 00:00

Pasada la medianoche del domingo la edición digital del diario Clarín no decía una palabra sobre el resultado de las elecciones venezolanas. Su colega La Nación, en cambio, titulaba de la siguiente manera lo ocurrido en Venezuela: ‘Rotunda victoria del chavismo en las regionales, resultados que la oposición no acepta’. En un caso ninguneo absoluto de la noticia: el acontecimiento no existió; en el otro, manipulación de la noticia, porque el énfasis está puesto en el hecho de que, como era previsible, la oposición no aceptaba su derrota.

El Nuevo Heraldo (Miami) es más cauteloso, y titula así: ‘Chavismo gana 17 de 23 gobernaciones; oposición venezolana denuncia posibilidad de fraude en elecciones’. Lo que se da como un hecho para La Nación pasa a ser una posibilidad de fraude para el periódico de Miami. El Nacional de Caracas también destacaba las 5 gobernaciones obtenidas por la MUD frente a las 17 del PSUV. Al terminar de escribir estas notas aún no se había definido la situación del estado Bolívar, que de ningún modo podría alterar el paisaje electoral.

En Argentina, casi todos los programas informativos en la mañana del lunes, oficialistas declarados o vergonzantes, solo hablaban del fraude. Para fundamentar tan grave acusación entrevistaban a irreprochables informantes, todos ellos férreos opositores al gobierno bolivariano que decían, sin aportar una sola prueba, que las elecciones habían sido fraudulentas. Repito: para esos pseudoperiodistas, los dichos de los rabiosos perdedores son evidencias más que suficientes para desechar el veredicto de las urnas.

Es obvio que el resultado registrado en Venezuela es un duro golpe para la derecha, no solo de ese país, sino de toda América Latina. Un revés para los planes golpistas y destituyentes obsesionados por derrocar a Nicolás Maduro y, de esa forma, apoderarse del petróleo venezolano, que es lo único que le interesa a Washington. Ese resultado es, asimismo, un caso excepcional en donde un gobierno atacado con saña desde el exterior: guerra económica, ofensiva mediática, agresión diplomática (la OEA, gobiernos europeos, etcétera), amenazas de intervención del Gobierno de EE.UU., logra prevalecer en las urnas.

Como es bien sabido, las relaciones entre la derecha y la democracia siempre han sido tirantes. Su historia es la historia de un matrimonio mal avenido que da pie a una relación infeliz. La primera acepta a la segunda solo cuando la favorece, cosa que no ocurre con la izquierda que invariablemente aceptó el veredicto negativo de las urnas, como lo demuestra la historia venezolana en estos últimos 18 años. La victoria roja en el crucial estado de Miranda, arrebatado a Henrique Capriles, es todo un símbolo de la vitalidad del chavismo, pese a las enormes dificultades que venezolanas y venezolanos enfrentan en la vida cotidiana como producto principal, si bien no exclusivo, de la fenomenal agresión externa.

A pesar del sabotaje al proceso electoral y las denuncias anticipadas de fraude, lanzadas con el objeto de desalentar la participación popular en el comicio, el 61,14% que acudió a las urnas se ubica por encima del promedio histórico para este tipo de elecciones estaduales y constituyen motivo de envidia de más de un país cuyas credenciales democráticas jamás son puestas en cuestión por la ideología dominante.

En suma: una importante victoria del chavismo, logros significativos de la oposición en algunos estados de gran importancia económica y geopolítica, y la esperanza de que, esta vez, se evite la recaída en la espiral de la violencia política persistentemente promovida por la derecha, con el impulso que le ofrece la Casa Blanca y la complicidad de las oligarquías mediáticas que desinforman y deseducan a las poblaciones de Nuestra América. (O)

 

 

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