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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La telenovela nacional

03 de noviembre de 2017 - 00:00

En este punto ninguna declaración que venga de algún miembro de Alianza PAIS, actual o pasado o el limbo en el que se encuentra la mayoría de su directiva, debería ser tomada como un acto de congruencia ideológica, sino como un acto de cálculo político, puro y duro. Diez años de “manos limpias y corazones ardientes” se vienen derrumbando con una facilidad tan peculiar, y con una mediatización tan visceral, que casi se ha vuelto parte del entretenimiento nacional ver cuál es el siguiente giro narrativo en este novela política. Fuera divertido si no representara el estado de la clase política actual; si los protagonistas, por encima de sus preocupaciones burocráticas y cívicas, no estuvieran complotando, calculando, declarando, ironizando, y atacando. Los espacios de conflictos están marcados: posiciones sobre la recuperación democrática (o no) a través de la consulta, persecuciones políticas (o no) contra el Vicepresidente, el estado de la economía gracias (o como consecuencia) del gobierno anterior, el estado de las obras, etc. Las posiciones son claras pero lo que siempre termina escondido detrás de un membrete, de una postura, de una señal de lealtad hacia uno y otro bando, es la historia. No solo la historia como observadores, sino en el rol que cada uno de los políticos tuvo dentro de los diez últimos años del gobierno de Rafael Correa.

Están los leales al ancien régime, cayendo en las mismos defectos de Correa: una completa incapacidad de autocrítica. Una incapacidad de evolución ideológica. Una incapacidad de renovación, así sea personal. Son quienes apoyan el regreso de Correa como la panacea a todas las traiciones a los principios, a todos los reveses políticos, a todos los ataques y/o infiltraciones desde la derecha. Son para quienes la izquierda es AP y es el resto del mundo el quien los ha traicionado. Son quienes abogan por diez años más de exactamente lo mismo, cuando es evidente que el último periodo de Correa vio el desgaste y los límites de un modelo que supuso una transición pero al cual le costó consolidarse. Un modelo que se embarró en sus propias redes de corrupción, ineficiencia, centralismo y verticalidad. Su representación es una bancada que ha terminado por separar a Lenín de su cargo y se ha atrincherado en una posición que, en este punto, es francamente insostenible. La defensa por un Vicepresidente que sí, es inocente hasta probado lo contrario, pero que, en este punto y con las pruebas presentadas, por lo menos debe ser criticado por la incompetencia mostrada al frente de un sector estratégico, donde la corrupción desborda por todos lados.

Los “Leninistas”, por su parte, se han tomado el papel de jueces desde donde emana una agresividad que no les permite ver su rabo de paja. Críticas y defensas a esas críticas, del modelo desarrollista que se llevó adelante por diez años cuando una parte por la cual fueron electos responde a este modelo. Como lo hicieron aquellos que vinieron antes que ellos, se han apropiado de un discurso de legitimidad y representación, de custodios de la ética nacional, cuando muchos formaron parte del gobierno anterior, apoyaron ciegamente al gobierno, y desde adentro nunca se escuchó una crítica al proceso. Sus denuncias llevan una carga moral inquietante, mientras que sus afirmaciones son tan generales y descalificadoras que se chocan contra los matices de la realidad. Algo que se recoge de la réplica de Xavier Lasso a Andrés Michelena publicada esta semana en El Telégrafo.

Todos evocan el espíritu revolucionario, el espíritu de Monte Cristi. Si hay algún espíritu que evocar, que sea el espíritu autocrítico. A ver si así superamos un poco la telenovela en la que se está convirtiendo la política nacional. (O)

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