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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

La falta de crítica de la crítica

27 de diciembre de 2017 - 00:00

Recuerdo cuando años atrás se decía, con fuerza inusitada, que el neoliberalismo había llegado a su fin después de décadas de fracasos sociales, políticos y económicos. Se decía también que los procesos constituyentes garantizaban una real participación ciudadana y que en consecuencia el progresismo venía a quedarse por largo tiempo.

Y no es coincidencia que, con la misma fuerza del poder constituyente, instituyente de nuevos modelos de administración del Estado, de los recursos públicos, de los bienes comunes, de comprender que los derechos humanos no son un formalismo legalista, sino que se requieren las garantías necesarias para que el ser humano y la naturaleza sean el centro de la vida social, la participación ciudadana se mermó, o su mayor fuerza se expresaba en los procesos electorales.

Las victorias sin duda son fundamentales, pero el costo del electoralismo ha pasado la factura. Se creó, creamos todos, una sociedad de bienestar comercial, mercantil, grandes, medianos y pequeños clientes. La ciudadanización quedó de lado. Ninguna forma de dogmatismo o fanatismo es sustituta de una ciudadanía movilizada, consciente, dispuesta no solo a defender lo logrado, que es un derecho de todos y de ningún gobierno -estos son medios, no son fines en sí mismos-, sino a lograr nuevos pasos para algún día salir del capitalismo, aquel fundamentalismo de mercado que lo devora todo y nos hace creer que todo lo que sucede es normal. El resultado es que la izquierda revolucionaria, precisamente aquella que surgió haciendo crítica: acción y teoría, hoy día hace todo tipo de cultos, y nada tiene que ver es que seamos “barrocos” a lo latinoamericano.

Más bien es producto de la burocratización, ese peligro constante de toda revolución, que lo deforma y lo corroe todo, hasta la fe en el cambio. Cuánta crítica hace falta desde lo revolucionario para lo revolucionario. Para que las discusiones no sean un tema de creencias, fe o estatutos. Y quede bien en claro que esos debates nada tienen de cristiano liberador, de Teología de la Liberación.

Más bien de vacíos formativos ideológicos, de vivencias, de cacicazgos locales y su sueño de ser burgueses, incluso intelectuales del absurdo. (O)

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