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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

La ambición por el poder y la riqueza

26 de agosto de 2017 - 00:00

La ambición es la pasión irrefrenable por conseguir, a cualquier precio, poder y riqueza. Es la desmedida inversión de esfuerzo, en el trajín de la existencia, por lograr posiciones relevantes, practicando argucias, mañoserías y aun poniendo a la venta la dignidad. El ambicioso ensaya estrategias, convencido de que el poder genera riqueza con suma facilidad. Por distintas épocas y escenarios se ha movilizado incansablemente hasta llegar a nuestros días, en la búsqueda del campo apropiado y seleccionar la pista para emprender la veloz carrera por cubrir la meta: el poder y la riqueza, y así disfrutar de una vida de lujo, ocio y placer desenfrenado.

A la luz pública, ya no ocultos en la sombra, los ambiciosos se mueven en el seno familiar, en las instituciones públicas y privadas, en los sectores políticos y educativos, fingiéndose apóstoles de causas nobles, humanitarios y leales, hasta encaramarse en sitios de expectativa, próximos a alcanzar el poder y riqueza. A esa clase de rufianes se les recuerda que la grandeza humana no se la compra con dinero. No olvidar lo que dice un sabio: “La gloria de los grandes hombres debe medirse siempre por los medios que han empleado para adquirirla”. Los que buscan el poder sin merecerlo se convierten en los seres más despreciables. Es fácil reconocer al ambicioso; revela adulo, arrogancia, deslealtad, abuso y listo para atropellar a todos quienes se le cruzan en el camino, supuestamente, para cerrarle el paso por llegar a la cima de sus acelerados apetitos.

La partidocracia, en su agonía, como herencia dejaba su última y vergonzosa lección a las nuevas generaciones: que el poder y dinero fácil es posible conseguirlos incorporándose a la actividad política. Es así como jóvenes y adultos desorientados y sin ideologías se alinearon en esa dirección; a diferencia de otros, que consideraron indispensable la preparación académica y formación en valores, para servir desde cualquier sitio a su familia, a la sociedad y la patria. Conocí el deplorable ejemplo de un profesor que les decía a sus alumnos, no muy aprovechados, que estudien porque el estudio les dará poder y dinero para disfrutar carros de lujo, mujeres y placer. La arenga la repetía jubiloso en los otros paralelos. Brillante manera de enseñar.

Recientemente, en nuestro medio se ha desatado en cadena un cúmulo de ambiciosos que consideran a la política como un negocio. Unos, llegados al poder, caen vencidos por el afán de riqueza; huyen, se esconden para eludir a la justicia. Otros se retiran de la acción partidista a disfrutar de su fortuna adquirida fraudulentamente.  Es conocido y evidente que, en el pasado, ciertos conocidos ambiciosos lograron destacadas posiciones en el sector público, tras su fracaso, se escondieron y hoy vuelven haciéndose pasar como defensores de la democracia, libertad y hasta salvadores de la patria.

Aparte de la decisión del régimen del Buen Vivir del primer mandatario, Lenín Moreno, de dar apoyo a la justicia en la lucha contra la corrupción en forma sincera, tenaz y sin cuartel, es oportuno insistir en que la ambición por el dinero diseña negativamente la conducta del ser humano, lo que obliga a repensar en la urgencia de incorporar lecciones de moral en el sistema educativo para la reconquista de valores, todavía extraviados, como uno de los caminos para lograr cambios de actitud en los casos de desvíos de comportamiento en el medio social y político, sin olvidar lo que sostiene un sabio: El principio de la enseñanza en la formación de valores es predicar con ejemplo. (O)

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