Es claro que la realidad política del país está cambiando, que aquello que tuvimos años atrás frente a lo que veremos luego de febrero, será radicalmente distinto. Casi todas las instituciones públicas están sintonizándose con el clamor popular de transparencia, en un ambiente oxigenado dentro del cual se provocan crisis ministeriales reivindicando la lealtad hacia una idea y no fidelidad personal que exige irrespetuosamente hasta inmolación.
Pero dijimos casi porque, en efecto, la Asamblea Nacional sigue entrampada y reflejando una imagen obstruccionista que, en nítida ironía, no se compadece con su realidad interna. Los órganos ejecutivos y representativos de nuestro parlamento son resultado de una mayoría política ya inexistente, pero que siguen en su control. De los siete miembros del CAL, cinco pertenecen a AP y aliados, actuando como un férreo cerrojo.
Claro, fueron designados cuando Lenín Moreno no los había animado a escoger entre una persona y el país, por lo tanto, todos se mantenían orgánicamente sólidos. Al revelarse que Moreno no le guarda la silla a nadie, se provoca su lógica reubicación, pero los integrantes del CAL y de las comisiones legislativas siguen siendo los mismos en una falsa equivalencia de fuerzas y tendencias.
El pleno de la Asamblea, siendo su máximo órgano de dirección, es el único que tiene la llave para la reorganización estructural de la Asamblea. En derecho, las cosas se deshacen como se hacen, esto es, debe provocarse que una sólida mayoría parlamentaria renueve a los vocales al CAL y reestructure las comisiones legislativas, de otro modo la expresión de la Asamblea seguirá controlada por una minoría.
Pero, no nos confundamos, no se pide una legislatura sumisa al Ejecutivo como ya ha ocurrido antes, se quiere coherencia con su propia realidad y que los anhelos ciudadanos de control y fiscalización no los obstruyan posturas minoritarias de fidelidad personal, enfatizando minoritarias. Esto es lo absurdo de la situación actual. (O)
