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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Ibarra devuelve el esplendor del barroco

01 de febrero de 2018 - 00:00

Corre el año 2356. Quito es una ciudad destruida, no por las predicciones de santa Marianita de Jesús. Apenas se divisan las cúpulas y las gárgolas. Hay ceniza en el aire. En esa ciudad del futuro, unos amantes de la música hurgan viejos papeles. Llevan instrumentos metálicos. En un pueblo cercano hallan partituras y la primera frase: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados…”. Como un milagro, surge  ‘Vasija de barro’, escrita por cuatro poetas en la contrasolapa del libro En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

Esos jóvenes, por primera ocasión escuchan ese fox incaico que habla de un mundo ahora recuperado. Corre el año 2018. Ibarra, tierra de los norandinos. El retablo de la Catedral es de pan de oro y tiene al arcángel Miguel. Hay un cuadro simbolista de Mideros. Al fondo, el órgano tubular. Al frente el coro Cantus Firmus, dirigido por el maestro Gustavo Lovato y en los teclados, el maestro Miguel Juárez, quien por 12 años ha puesto en el lenguaje de nuestro tiempo el esplendor de la música barroca, encontrada en los denominados Manuscritos de Ibarra, que contiene villancicos, romances y chanzonetas, del Archivo de la Diócesis de Ibarra de los siglos XVII y XVIII: “Atención a la fragua amorosa / a donde sus yerros el hombre redime…”.

La comparación con el primer párrafo es evidente porque representa un hito histórico contra la desmemoria como país. Debieron pasar varios siglos para que esta música sonara otra vez. Es herencia del alto barroco europeo con las mixturas de nuestra América. Tuvo sus orígenes en la escuela de San Andrés, con los frailes de Flandes, quienes también trajeron el trigo.

Los folios pertenecieron a las monjas del monasterio de la Limpia Concepción, en una Ibarra destruida por el terremoto de 1868.

En 1991 el historiador Jorge Isaac Cazarlo los ubicó. Algunos prominentes músicos e investigadores se interesaron, pero fueron Mario Godoy, en 1994, junto a Pablo Guerrero, según se lee en la página 23, quienes solicitaron una transcripción a notación musical moderna a Robert Stevenson y, posteriormente, al músico sueco Peter Pontvik. Además, Godoy en 2006 recurrió a Miguel Juárez, quien culminó este proceso.

Ahora, en edición de lujo, se presentan los dos tomos, junto a tres discos compactos, el trabajo minucioso de Lovato y Juárez, con el auspicio de la Casa de la Música, además de generosos mecenas que nos devuelven nuestra historia. (O)

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