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El Telégrafo
Mariana Enríquez

Hay que venir al sur

17 de enero de 2018 - 00:00

Junot Díaz, el autor de La maravillosa vida de Óscar Wao, dijo una vez que los escritores de género viven en el tercer mundo de la literatura. No se los tiene en gran estima ni se los nombra entre los imprescindibles.

En esto no juega solo el gusto sino una especie de reflejo que ubica a la imaginación desatada cerca del entretenimiento y la poca atención al lenguaje. Hace tiempo que estas no son características de la ficción de género, pero los reflejos son difíciles de torcer. En muchos casos los autores suelen ser recompensados con la popularidad, con el redescubrimiento y, en el caso de los más jóvenes, con la aceptación, gracias a movimientos de sensibilidad propios de la época.

Michael McDowell, que nació en Alabama en 1950 y murió en Massachusetts en 1999 como consecuencia de complicaciones del VIH, fue un ejemplo de ese doble estándar. Hasta hace diez años, casi todos sus libros estaban fuera de circulación aunque fue el guionista de Beetlejuice (1988) y La pesadilla antes de Navidad (1993) de Tim Burton, además de la colaborar con sus grandes amigos Stephen y Tabitha King: escribió el guion de Thinner (1996), basada en la novela de Stephen y Tabitha completó su novela póstuma Candles Burning en 1996.

Hace apenas seis años la editorial Valancourt, especializada en ficción gótica, de horror y de ciencia ficción, además de dedicarse a autores olvidados de ficción gay, inició la recuperación del catálogo de Michael McDowell con ocho novelas prologadas por autores como Poppy Z. Brite o Christopher Fowler.

La novela más notable de las elegidas, que acaba de publicar en Argentina La Bestia Equilátera es Los elementales, de 1981, una fábula de horror en Alabama con todos los detalles escenográficos del gótico sureño: las familias extendidas y excéntricas, las mansiones victorianas bajo el calor y el impiadoso sol, los secretos, la empleada negra con poderes psíquicos, los fantasmas como maldición, la crueldad subyacente.

McDowell, además, escribió una saga sobre un detective gay, otra (conocida como Blackwater) sobre una familia sureña, coleccionaba memorabilia mortuoria, desde ataúdes para niños hasta fotos post mortem.

Los elementales es una novela opresiva llena de inolvidables imágenes de pesadilla y también es una divertidísima sátira familiar. Con sutileza, además, es una mirada impiadosa sobre los prejuicios raciales a fines del siglo XX, más fuertes en el Sur que los huracanes y los lazos familiares. (O)

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