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El Telégrafo
Marcelo Justo

Columnista invitado

Gana aceptación la idea de un Brexit blando

05 de septiembre de 2017 - 00:00

El Brexit y sus fantasmas mueven hoy el amperímetro de la política en Reino Unido. En medio de unas negociaciones estancadas que podrían volar por los aires a mediados del mes próximo, el Laborismo de Jeremy Corbyn acaba de adoptar una posición decididamente proeuropea mientras que entre los conservadores los moderados están alzando la voz y hasta la primera ministra Theresa May y el equipo negociador liderado por David Davis  procuran sonar más conciliadores.

Jeremy Corbyn votó a favor de permanecer en la Unión Europea (UE) en el referendo de junio de 2016, pero perteneció históricamente al ala más euroescéptica del partido.

En las elecciones de junio presentó una posición ‘pragmática’ que procuraba mantener un equilibrio entre las bases trabajadoras del norte del país, que habían votado a favor de abandonar la UE, y el resto del partido, mucho más proclive a un acuerdo con Europa post-Brexit que mantenga el máximo nivel posible de pertenencia al bloque europeo. El Mercado Unificado Europeo (Single Market) y la Unión Aduanera son los dos grandes pilares de la UE. El Single Market permite la libre circulación de servicios, bienes y personas entre todos los miembros del bloque que funcionan a este nivel económico, laboral y financiero como una nación. La Unión Aduanera es la pata comercial de esta política que establece los mismos aranceles y requisitos para los productos que vienen del resto del planeta.

May, por su parte, encarnó el ‘Hard Brexit’ en la elección general de junio, una separación tajante de la Unión Europea, con un inequívoco adiós al mercado único, la Unión Aduanera y una provocativa afirmación de que “no deal is better than a bad deal” (es preferible no acordar nada a un mal acuerdo). En otras palabras, la primera ministra estaba dispuesta a patear el tablero y abandonar el mayor mercado del mundo (con un PBI conjunto superior al de EE.UU. y China) sin ningún acuerdo si los europeos no le ofrecían lo que pedían: máximo ingreso al ‘single market’, pero política aduanera e inmigratoria propias que le permitieran llegar a acuerdos comerciales con el resto del mundo y poner barreras al ingreso de europeos a Reino Unido.

Esta semana Theresa May enfrenta el primer gran reto con la ‘Great Repeal Bill’. El proyecto de ley es un paso esencial del Brexit que busca derogar la ley que dio preeminencia a la legislación y la Corte Europea de Justicia (ECJ) en Reino Unido. En la práctica significa incorporar más de 20.000 leyes y regulaciones a la legislación británica que empezará a regir el 29 de marzo de 2019, día en que termina la negociación con la UE.

El escenario está listo para una feroz batalla parlamentaria de enmiendas y escaramuzas que revelará si May cuenta con suficiente respaldo como para llevar adelante su ‘Hard Brexit’.

Las cosas no pintan bien. Los negociadores de la UE acusan a Reino Unido de falta de voluntad política y negación de la realidad, mientras que el viernes, el ministro de comercio británico, Liam Fox, se despachó con una acusación de extorsión contra la UE. Entre el 1 y el 4 de octubre los conservadores tendrán que probar en su congreso anual que pueden consensuar una posición común entre facciones internas que se comportan como enemigos irreconciliables. En resumen, las próximas 7 semanas decidirán si Theresa May sigue siendo la primera ministra o si habrá un nuevo cambio de guardia para las navidades al frente del Ejecutivo con otra elección a la vista. (O)

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