La compleja cultura política de Ecuador nos lleva a vivir cada ciclo de cambios inesperados y esperados, toda una suerte de ruleta rusa, del todo o nada. Y más que radicalismos parecen juegos de necedades, de inmadureces bajo las cuales hemos desarrollado lo político y la política desde que se instituyó formalmente la república, porque después de ese formalismo de fundación, el país, como la mayoría de países de América Latina tuvieron que pasar por revoluciones liberales que buscaron una real fundación de las patrias.
En cualquiera de los casos, vemos que cada cierto tiempo, cada actor a su manera y disposición ha buscado hacer de la política actos fundacionales para marcar la historia de los pueblos. Entre esas maneras de hacer lo político, política de clases, se fue construyendo un imaginario confuso de lo público.
Hasta hoy en día, en pleno siglo XXI, carecemos de reflexiones, análisis, estudios en profundidad sobre las particularidades de lo público en sociedades con una alta heterogeneidad. Por otro lado, como vivimos en un frenesí de acontecimientos, hemos dejado ya hace varias décadas la sana costumbre de pensar estructuralmente y pasamos de una coyuntura a otra, sin los debidos procesamientos sociales.
A saltos y brincos, con beneficios y perjuicios, pasamos de un tiempo y sus representantes a otros tiempos y representantes que se repiten o se repiten en voces de nuevos rostros. Lo público en Ecuador aún resulta ser un misterio, contenido de grandes interrogantes y zonas oscuras.
Con facilismo, cuando se quiere visualizar lo público, se piensa en lo común, en las zonas, en los espacios y lugares de conjunción de los individuos. Más allá de eso, se intuye que está la vida privada y la íntima. Esto, sin duda, nos trae graves problemas, porque de la misma manera juzgamos la política, las instituciones y nos imaginamos cómo es el poder y los políticos.
Hay una gran deuda de la academia respecto a interpretar lo público. Deuda que ha contribuido a reducir lo público a lo estatal y a lo gubernamental, y a un ciudadano que no hace ciudadanía, que lo reclama todo, que le gusta la justicia y la equidad, pero también se encandila si la propuesta es eliminar los impuestos: un clásico ejemplo de “oxímoron” político. ¡Vaya sociedad que tenemos! (O)
