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El Telégrafo
*Fernando Falconí Calles

Dos anécdotas de Fidel

09 de diciembre de 2016 - 00:00

El periodista cubano Luis Báez publicó en 2009 el libro Así es Fidel. Allí aparecen cuatrocientas trece anécdotas contadas por deportistas, diplomáticos, científicos, periodistas, intelectuales; también constan en sus páginas hombres y mujeres del pueblo, quienes narran lo inolvidable que resultó para sus vidas aquel encuentro con el líder de la Revolución. De este libro me permito extraer dos que sirven para retratar al ser humano sencillo, solidario, valiente, optimista que fue Fidel; el hombre que cambió la historia de Cuba y de la humanidad.

Ahora sí ganamos la guerra.- Raúl Castro Ruz.

“Yo no he visto a nadie -y lo digo apoyándome en hechos concretos- que haya tenido una voluntad más grande mientras mayores son las dificultades, que Fidel. Hay que pensar en el esfuerzo que hubo que hacer para organizar un ataque como el del cuartel Moncada, y pensar cómo en unas poquitas horas se desvaneció tanta entrega, tanta esperanza, sobre todo tanta sangre.

Después vinieron el presidio, el exilio, la organización del Granma, la clandestinidad y, ocasionalmente, la persecución en México -donde ciertamente violamos algunas leyes, pero no contra ese hermano país, sino porque nos alentaba la liberación de Cuba-; y luego llegamos a la patria, y tres días después, en pocas horas, vimos desaparecer otra vez todo el esfuerzo acumulado, cayeron decenas de compañeros…

Cuando dos semanas después, el 18 de diciembre de 1956, me encuentro con Fidel ya metido en la premontaña de Sierra Maestra, en un lugar llamado Cinco Palmas, después del abrazo inicial su primera pregunta fue: -¿Cuántos fusiles traes? Contesté que cinco. Y él resumió: -Y dos que tengo yo, siete. Ahora sí ganamos la guerra”.

Si me pidieran la Luna, sería porque la necesitan.- Jean Paúl Sartre.

En 1960, el filósofo francés visitó Cuba y lo hizo junto a su compañera Simone de Beauvoir. En aquel año Sartre escribió: “Ahora, en la tibieza del atardecer, veía delante de mí sus anchos hombros y me decía que había que preguntárselo. Le dije: -Todos los que piden, sea lo que fuere, tienen derecho a obtenerlo. Fidel no respondió. Insistí: -¿Opina usted así? Extrajo de su tabaco una bocanada de humo y respondió con fuerza: -¡Sí!, porque de un modo u otro, las peticiones traducen una necesidad, respondió sin volverse. -La necesidad de un hombre es un derecho fundamental sobre todos los demás. ¿Y si le pidieran la Luna?, pregunté, seguro de la respuesta. Fumó de nuevo su tabaco; comprobó que estaba apagado; lo dejó delante de él y se volvió hacia mí: -Si me pidieran la Luna, sería porque la necesitan, me respondió.

Tengo pocos amigos porque concedo gran importancia a la amistad. Después de esa respuesta, sentí que él se había convertido en uno de ellos, pero no quise quitarle tiempo diciéndoselo (…)”.

Las cuatrocientas once anécdotas restantes demuestran la gran calidad humana del conductor de la Revolución Cubana. Queda claro que a la historia no le quedó más remedio que absolverlo porque Fidel tuvo la audacia de transformarla. (O)

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