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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

De acosadores y seductores

22 de enero de 2018 - 00:00

Hace poco, a propósito de varios temas relativos a la violencia contra las mujeres (femicidio incluido), apareció un Manifiesto en Francia sobre los límites del acoso o la seducción. Habría que advertir, sin embargo, que el origen social e intelectual del texto y sus firmantes nos coloca ante una visión del mundo y las relaciones de género; ese origen apunta a unas clases sociales específicas, las cuales -en sus numerosas voces- están en condiciones de distinguir contrastes, reacciones y enfoques sobre lo que se considera acoso, seducción, cortejo, agresión o violencia.

Claro está que el acoso existe en todos los niveles sociales y que su no capitulación expresa el grado de conciencia de una sociedad determinada; por eso las luchas de las mujeres han optado por castigar, legalmente, ese abuso buscando su tipificación en las leyes de cada país.

Ahora bien, allá o acá, es absurdo obviar que en el problema del acoso (sexual) de un hombre a una mujer se halla una cuestión estructural: las relaciones de poder. No obstante, en las lecturas y exégesis ultrafeministas de las relaciones de poder, se hilan precedentes macros. En la vida pública: la jerarquía laboral. Y en la vida doméstica: la jerarquía del proveedor. Siempre el dinero como quid de sumisión.

Pero en las relaciones de poder están inscritas subjetivaciones más profundas que llevan a un hombre a situar a una mujer en un escenario de riesgo. Aunque no es menos cierto que, en la complejidad social contemporánea, cortejo, seducción, enamoramiento, gusto, acoso y violencia caminan al filo de navaja, y que la cultura (y, en muchos casos, la religión) en sus diversas manifestaciones y a lo largo de milenios, ha frenado el instinto y lo ha sublimado a tal punto que la seducción se ha transformado en un arte que no todos los seres human@s están en capacidad de ejercer con éxito y con gracia.

Ergo, el acoso permanente contra la mujer no puede contrarrestarse solamente con una condena sin más contra los hombres sino con la disección de un ritual que viene de lejos: ¿cómo se corteja o seduce desde las cavernas hasta hoy? (O)

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