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El Telégrafo

Cultura e influjo social

04 de septiembre de 2013 - 00:00

Los pueblos van delineando su futuro promisorio, en la medida en que recuperan la memoria colectiva, como elemento determinante para elevar su sentido de pertenencia territorial. Es así que el conocimiento del pasado se convierte en una legítima herramienta de apropiación identitaria. Como afirma Jorge Enrique Adoum: “Nuestra identidad está constituida, en su mayor parte, por factores positivos que olvidamos en el fastidio de cada día, y apunta al futuro, más que al presente”. Esto incluye el reconocimiento propio y el de la otredad, en un constante proceso evolutivo.

Existen características marcadas que definen lo dicho: festividades y regocijos populares, manifestaciones religiosas, expresiones folclóricas, costumbres arraigadas, divulgación de saberes, exposiciones creativas, ferias artesanales, ritos milenarios y mitos perdurables. La realidad y la ficción latente en la retina popular, como una argamasa común que superpone cohesión social. Cabe decir que la diversidad es fruto de un complejo contexto social, que supera las visiones étnicas y que tiene que ver con una huella cultural de dimensiones múltiples. A ello hay que considerar el necesario comportamiento pluralista de la sociedad, a través de la tolerancia y el respeto mutuo, en contraposición al conflicto entre distintos y a la exclusión impuesta por herencia colonial.

La clave de las comunidades diversas está dada en la repercusión de su legado cultural. En términos de Bolívar Echeverría: “…al hablar de cultura pretendemos tener en cuenta una realidad que rebasa la consideración de la vida social como un conjunto de funciones entre las que estaría la función específicamente cultural. Nos referimos a una dimensión del conjunto de todas ellas, a una dimensión de la existencia social, con todos sus aspectos y funciones, que aparece cuando se observa a la sociedad tal como es cuando se empeña en llevar a cabo su vida persiguiendo un conjunto de metas colectivas que la identifican o individualizan”.

Hay nudos culturales intangibles, pero también resaltan íconos palpables, en el aspecto arquitectónico y patrimonial, o en la degustación gastronómica, por ejemplo.

Por otra parte, no debemos omitir la relación hombre-naturaleza, en esa concordancia mutua que sobreviene en correspondencia armónica. Y, a ello, hay que considerar a la modernidad como resultado del acontecer social, en donde la tecnología y el predominio de los medios masivos de comunicación determinan influjos directos en la construcción de hábitos y valores. La cultura es una entelequia que supera las miradas individuales y que se reaviva en una constante correlación socio-natural, sin modelos predeterminados o -menos aún- estáticos. Es el reflejo de la dinámica humana en su básica percepción conceptual.

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