César Montúfar representa a la sociedad civil como acusador particular en el juicio en contra de Jorge Glas por asociación ilícita. La gente se lo agradece. Pero unos pocos lo acusan de buscar notoriedad.
Activista, académico y doctor en política por la Nueva Escuela de Ciencias Sociales de Nueva York, nuestro representante ciudadano resultó ser un político cabal en un clima de aguda crisis representativa. ¿Por qué?
Durante la década autoritaria del correísmo, sus líderes se obsesionaron con proscribir el debate político, la discrepancia democrática y el diálogo público. Salvo contadas excepciones ¿seguiremos aceptando que nos representen quienes siquiera pudieron leer correctamente sus intervenciones parlamentarias, quienes consiguieron repentinamente sus titulaciones universitarias mientras disfrutaron del poder o quienes se tropezaron con sus cargos políticos para cumplir únicamente con la función de alzar la mano durante las votaciones en la Asamblea?
César Montúfar es hoy calificado como “figureti” que es un término que no existe en el Diccionario de la Lengua Española pero que podría referirse a quien busca llamar la atención. ¿Para qué figurar? ¿Para ser candidato?
Los detractores de estas iniciativas ciudadanas, acostumbrados a la bota autoritaria sobre sus cuellos, se escandalizan cuando alguien distinto actúa en los asuntos públicos, ocupa un espacio abandonado por la oposición política, reclama la presencia de la sociedad civil en las demandas de transparencia y produce un precedente judicial inédito en la lucha ciudadana en contra de la corrupción. Todos estos son méritos que deberíamos considerar como imprescindibles para quien quiera ocupar un cargo político.
Si eso es “llamar la atención” es el momento para exigir más políticos que “llamen la atención” sobre lo más importante de la política, como lo hace Montúfar, y es también la hora de prohibir que otras vez los oportunistas y otros holgazanes se hagan cargo del país al que quebraron. (O)
