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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Acerca de los límites

01 de febrero de 2018 - 00:00

El concepto de soberanía ha cambiado en el tiempo. Originalmente estuvo ligado al Uno o Dios, y a la idea de la fuente del poder omnímodo que no era posible en la Tierra, a menos que fuera delegado por voluntad suprema a una dinastía de monarcas. El rey de turno ejercía todas las funciones: interpretaba y reglamentaba las leyes tradicionales, realizaba la justicia, cobraba los tributos y administraba los fondos públicos, dirigía la pequeña burocracia y ejecutaba obras.

Las revoluciones e ideas liberales construyeron una nueva interpretación respecto del poder soberano y concluyeron que el mismo era terrenal y residía en el pueblo, el único que podía delegar por separado el ejercicio de la “voluntad y la fuerza” mediante las tres funciones a cargo del Estado: la creación de leyes, la administración de la justicia y la ejecución de las obras. Los pensadores de finales del siglo XVIII concluyeron que para evitar que existiese concentración, además de dividir las funciones, era necesario limitar al Estado creando una sociedad civil fuerte, sin lo cual, según sus preceptos, no era posible la democracia.

La doctrina filosófica del liberalismo es una recreación de la antigua filosofía griega que permitió la confección de un modelo político moderno ajustado a la nueva estructura y dinámica económica del mundo, basada en la expansión del comercio y acumulación de capital en pocas manos, lo cual fue entorpecido en su momento por los antiguos regímenes monárquicos absolutistas europeos y los señores feudales.

Actualmente existe una especie de fe en la democracia, sea burguesa o sea social. Se discute constantemente sobre la calidad de la democracia como un Estado virtuoso que se opone a la tiranía, el absolutismo, el despotismo y la dictadura, que comparten la característica común de la concentración de las funciones del Estado y, por lo tanto, del poder inflamado, poniendo en peligro al poder popular y al poder de la sociedad civil. Benjamín Constant, un liberal clásico, dijo al respecto: “Cuando la autoridad se extiende sobre objetos fuera de su esfera, se vuelve ilegítima”; y que “si la autoridad política no es limitada, la división de los poderes, que por lo general es garantía de la libertad, se convierte en un peligro y un flagelo”, por lo que lo deseable es que los depositarios del poder permanezcan, cada uno, dentro de sus límites. (O)

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