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Lucrecia Maldonado

Yo tampoco entiendo

05 de octubre de 2016 - 00:00

Pero trato. ¿Qué puede empujar a que un país opte por la guerra, o por la ‘no paz’? ¿Por qué la gente se abstiene de votar y finalmente gana la opción del no a una pregunta que parecía la mar de clara? Es como preguntarle a alguien si prefiere estar sano o enfermo, parecería obvio que va a optar por lo primero, pero opta por lo segundo. ¿Por qué?

Pasada la primera decepción, se podría pensar que ya se acostumbró a la enfermedad. Hay gente que cuando supera un problema o se sana de una enfermedad ya no sabe qué hacer con su vida. Se ha acostumbrado a vivir así, de sobresalto en sobresalto, de amenaza en amenaza, de susto en susto, y con la tristeza del deterioro como la mejor compañera de su vida. ¿Cómo van a vivir sin guerra, si no saben hacerlo de otro modo?

Otro motivo puede sonar un poquito menos simple, y es que la enfermedad, los problemas, las circunstancias complicadas per se traen lo que en psicología se llama una ‘ganancia secundaria’. Es decir, nos beneficiamos de estar mal. Alguien saca provecho de la guerra, de los muertos, de la confrontación. Un enfermo, en determinadas circunstancias, no pide lo que necesita: demanda, exige, se cree con derecho a ser tratado y considerado de modo diferente. Así, ¿quién va a querer curarse? Más dinero, más recursos, más consideraciones internacionales, difícil vivir sin eso. Ahora, tratándose de un país, es conveniente ver quién obtiene la ganancia secundaria, pues mientras el ‘sí’ triunfa en las zonas más afectadas por el conflicto, el ‘no’ se impone en las zonas que conocen el conflicto solamente a través de noticieros, al menos en los últimos años.

Y de ahí nace un posible motivo más: la indiferencia. Mientras no me pase a mí, no le pasa a nadie. O mientras no me pase a mí, que le pase a cualquiera, no importa que sea mi compatriota, mi paisano, que sea uno de los pobres de mi país bombardeados de lado y lado, fumigado con glifosato, que sufre por sus niños y que se desespera por el futuro. No es conmigo. Me abstengo de ir a votar porque el asunto no me va ni me viene. Punto. Triste, tristísimo.

Hay una posible causa más comprensible, aunque no alcance a justificar lo que con asombro estamos mirando, y es ese dolor que conduce a desear venganza y muerte.

Ese creerse superior a los otros. Se lo merecen, dicen. Que se sigan matando entre ellos y ojalá alguien también los mate en su propia ley. Cómo les vamos a dar la paz, si ellos hicieron la guerra. La vieja pregunta de ‘¿quién comenzó?’, como si eso realmente importara. En la guerra, como en el amor, nadie es totalmente inocente ni totalmente culpable. Se dice que la gente que votó por el ‘no’ no es que se niegue a la paz, pero quiere la rendición incondicional de las FARC… ¿y la de los paramilitares, qué? ¿Acaso fueron ellos unos ángeles de la guarda?

Y bien, tampoco se trata de acusar de inconscientes a quienes se abstuvieron o votaron por el ‘no’. Otros motivos pueden ser la presión mediática y la intimidación de quienes medran de la ganancia secundaria de la guerra. No es una situación simple. Difícil que de un rato a otro toda una población quiera abrir su corazón a una posibilidad de paz cuando se nos ha enseñado que si la venganza se pone de esmoquin se llama justicia, y desde esa óptica todo se vale. No importa al servicio de quién se pone uno a partir de esa visión. El perdón y la reconciliación se vuelven imposibles. Y en la ceguera de creerse mejores, la cerrazón de los espíritus conduce a pensar que, si sigue la guerra que consideramos justa, solo se van a morir los otros. (O)

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