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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Y regresan los viejos políticos…

22 de junio de 2017 - 00:00

Nos dimos cuenta en las últimas elecciones, por lo menos con uno de los candidatos que ya tenía un largo trajín. Y ahora Abdalá regresó, pues prescribieron sus causas penales. Llenó una calle en el suburbio, lo cual no es mucho considerando que es uno de los políticos que tienen más habilidad en la tarima. Regresó con su mismo repertorio de hace 20 años, sin embargo su audiencia popular es muy diferente ahora; cambió con hechos y obras reales en estos últimos 10 años. Eso sí, le acompañaron sus leales y viejos amigos y, por supuesto, su familia.

Creo que su destitución fue una infamia que se alimentó con sus propios errores y exceso de confianza en acuerdos políticos muy deleznables. Eso le costó la presidencia y eventualmente 20 años de su carrera política. Regresa como un adulto mayor y enfermo. Pero ya nos dio tema de conversación para el Día del Padre. Todos tenemos la misma pregunta: ¿De dónde sale el dinero para todo esto? El avión particular, el helicóptero y la parafernalia de su bienvenida. Si bien no fue apoteósica, sí es una inversión.

¿Quién está interesado en su regreso? No hay duda de que su hijo ‘Dalo’, a pesar de que la presencia de Abdalá no solo es un apoyo para su nuevo partido Fuerza Ecuador, pero le quita protagonismo político. Y a pesar de que la promesa de Abdalá es que va a tender la mano a todos los políticos, aun los que le desterraron y conspiraron contra él. Me parece que ‘genio y figura hasta la sepultura’. Posiblemente querrá saldar algunas cuentas. Para empezar, con el Estado ecuatoriano, al cual va a demandar por $ 200 millones por el daño causado. Y realmente no se me ocurre a mí que vaya a tener un acercamiento con Madera de Guerrero ni con los viejos socialcristianos de Guayaquil.

Es posible que lo haga con los que fracasaron en las últimas elecciones, que están más perdidos que piojo en peluca y vean en él una oportunidad de pescar a río revuelto.
Mucho me temo que lo que está en juego es el futuro de Guayaquil. Y esta ciudad, que me adoptó hace más de 40 años y que me ha dado todo lo que tengo, es posible que se transforme en una arena de combate, y peor, en un botín político que todos buscan.  

He diseñado mi pequeña estrategia para sobrevivir en este confuso ambiente que se avecina. Lo primero es enfocarse en las personas, no en sus creencias. Soy amigo de muchos políticos de variadas tendencias. Los respeto a ellos, pero no necesariamente a cada una de sus ideologías. Hay algunas que considero que son tan despreciables que las he descartado de mi vida intelectual. Pero no por eso voy a ser descortés, y mucho peor, insultante.

Por otra parte, evito ser atrapado por la tentación de entrar en un debate político con alguien que está en desacuerdo conmigo.  Una de las peores actitudes que uno puede tomar participando en una discusión política, que de ninguna manera lo quisiera hacer, es precisamente discutir. Y una discusión entre dos personas en una reunión familiar o social, fácilmente puede transformarse en una pelea campal. Y no me importa que piensen que la persona que calla otorga. Simplemente no me interesa ser parte de una discusión política en un ambiente que no sea el apropiado.

Si todo esto falla, tengo siempre a mano mi salvavidas: simplemente escapar de una discusión. Se necesitan dos para bailar tango. Dejar plantado a alguien puede ser radical, pero cambiar de tema es una forma de escape más amigable. Y claro, me queda aún el recurso de tratar de volverlo positivo o simplemente poner cara de circunstancias y aguantar una larga perorata. Para qué ponerme malgenio hoy, si tengo todavía muchos días por delante. (O)

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